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lunes, 21 de abril de 2014

Miguel Larrea: el cangués que afina los cencerros

"Un buen lloqueru tien que alejar, o sea sonar bien de lejos", explica este vecino de Llerices que aprendió a machacar cencerros con catorce años

Miguel Larrea mayando un cencerro. FOTO: J. CASO


Por Javier G. Caso


Escuchar el sonido de los cencerros, sus tintineos, es señal inequívoca de que hay ganado suelto por el monte. Y escucharlos en el puerto cangués de  la Montaña de Covadonga quiere decir que nos encontramos en plena temporada de pastos que todos los años arranca cada 25 de abril, el día del cotu.
 
Y cuando hay vacas en el puertu es como si hubiera música en el Macizo Occidental de los Picos de Europa. Los cencerros o lloqueros suenan por todos los rincones, y cuando lo hacen, si uno está atento al ritmo o cadencia de sus tintineos, puede llegar a adivinar qué está haciendo el animal que lo porta: si camina, rumia, corre o, simplemente, está rascándose contra una peña. Además los lloqueros cumplen otra misión fundamental cuando la niebla se hace la dueña de la Montaña de Covadonga y apenas hay visibilidad: se convierten en la única forma de orientarse.

Así lo explica Miguel Larrea, vecino de la localidad canguesa de Llerices, ganadero y pastor jubilado y que, desde los 14 años, domina el arte de mayar o machacar cencerros; que viene a ser lo mismo que afinarlos como si fueran instrumentos de música. “Éramos críos y a mí me enseñó Rogelio, un vecinu de aquí de Llerices”, señala Miguel mientras afina un cencerro que le acaban de traer. A la puerta de su taller, que se da un aire a las cabañas del puertu, Larrea lo machaca ayudado de un martillo con el que va dándole una serie de golpes. Suaves y certeros. Hasta conseguir que suene como es debido. “Vas dandoi a un lau y al otru y ves donde mejora y donde empeora el sonido. Entonces quitas donde empeora y das donde mejora”.

Miguel comprueba un cencerro. FOTO: J. CASO


 
Este afinador de cencerros explica que venían “sin preparar” de fábrica. Y aunque ahora apenas le llegan, es en esta época del año, a las puertas de que las vacas pongan rumbo al puertu, cuando siempre tuvo más faena. “Machaqué muchos, muchísimos lloqueros”. Miguel recuerda años en los que llegó a afinar “hasta 300”. Asegura que se trata de una labor que exige tener buen oído. Preparar uno puede llevarle desde quince minutos a una hora. “Tou depende de que coja el sonidu que yo quiera”. Y eso, reconoce Miguel, va a depender de dos cosas: de un lado la calidad del cencerro. Por el otro el afinador tiene que acertar, algo que no siempre se consigue, añade.


Cada cencerro, explica Miguel, “suena diferente”. De ahí que para un pastor o ganadero sea muy importante distinguirlos cuando sus reses están en el puerto. “Así puedes localizarles les tus vaques”, apunta este cangués, quien reconoce que eso es algo que no todo el mundo sabe hacer. “Yo conocía todos los cencerros del pueblu perfectamente, pero había vecinos que no distinguían ni los suyos”. ¿Y cuándo suena bien un cencerro? Pues cuando “aleja”. O lo que es lo mismo cuando suena desde bien lejos. Porque puede llegar a sonar a varios kilómetros de distancia. Este vecino de Llerices recuerda cómo en algunas ocasiones, dependiendo de la dirección y de la fuerza del viento, cuando se encontraba en los invernales situados por encima de su pueblo, cerca de la Cruz de Priena, era capaz de escuchar los cencerros de sus vacas. Y eso que en ese momento se encontraban pastando en Les Llaceries, por encima de Covadonga, a varios kilómetros de Llerices.

Miguel hace sonar un lloqueru. FOTO: J. CASO



Según detalla Miguel Larrea esa es una cualidad que ya se percibe en el momento de su afinado. Sentado en un tayuelu coge un cencerro al que acaba de darle varios golpes con el martillo y lo hace sonar casi a ras de suelo. “Si se ahoga abaju ya no suena porque tien que sonar igual que arriba. Si no la jodimos”, explica.  Normalmente con varios golpes se afina un cencerro, sobre todo ahora que “vienen mejor preparaos”. Aunque a veces con eso no bastaba. Había que recortarlos e incluso hacerles algún agujero para que sonaran mejor. En ocasiones también es necesario cambiarles el mayuelu o badajo. “De fábrica vienen con uno de hierro pero no valen. El mayuelu tien que estar hechu con la punta del asta de una vaca”, explica Miguel Larrea. Y aunque añade que algunos son de madera de texu, reconoce que suenan mejor “los hechos de asta”. Como buen artesano Larrea también sabe preparar mayuelos. Cuando están listos los coloca en el interior del cencerro y lo sujeta con una correa de cuero. Pero el trabajo no se acaba ahí. Es necesario un mantenimiento. Según Larrea “cada ciertu tiempu hay que cambiar les correes porque se estropean, se desgastan o se pierden”.

Apenas a cinco días de que se abran de nuevo los pastos del Parque Nacional de los Picos de Europa, las vacas andan por los praos de valles como el del río Güeña. O ya en los invernales más cercanos a la Montaña de Covadonga. Pero, muy pronto, las veremos, y las oiremos ir y venir por vegas, camperas y xerros. Será entonces, cuando al ritmo de sus cencerros, volverán a llenar de música el Cornión, como en Cangas de Onís se conoce al Macizo Occidental de los Picos de Europa.


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