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martes, 2 de febrero de 2016

El horru de Moisés

El último hórreo beyusco de Biamón se muere

Vista general del horru de Moisés desde el lateral que se encuentra más deteriorado. FOTO: J. CASO

 Por Javier G. Caso
En Biamón ya solo jumea una chimenea, la de la única casa que aún sigue habitada. La de Mariano Hortal y su padre Lolo, de 93 años. El resto de lo que hasta hace décadas era una aldea de Los Beyos llena de vida y con varias familias numerosas, es una verdadera ruina. Un paisaje cuasi apocalíptico, más si cabe después del enorme argayu que se vino encima del pueblo hace unos años. Apenas hay casas en pie. La mayoría de ellas están sin cubierta, con sus muros al aire, convertidas en una especie de esqueletos de piedra de los que asoman, a modo de brazos que imploran auxilio, lo que en su día fueron las vigas que sostenían sus tejados.

Vista de Biamón. FOTO: J. CASO


 
En aquel Biamón habitado criaron Moisés y su esposa Lucía a una quincena de fios. Era Moisés un paisano de esos curiosos a la hora de trabajar la madera. En el portal de la que fue su casa aún se conserva su banco de madreñeru. Además tocaba la gaita. Y, si se terciaba, ejercía como improvisado escultor. O lo hizo. Al menos una vez. Fue allá por 1976 cuando, antes de dejar su aldea, Moisés López Rivero decidió labrar sus iniciales y una fecha a modo de despedida. Lo hizo en una roca natural que asoma pegada a la muria de una cuadra. Junto a su casa. Frente por frente del que fue su hórreo: el horru de Moisés.

Inscripción de Moises. FOTO: J.C

 
Quizá para lo contemplara esculpió también una cara, quien sabe si su autorretrato. Un rostro que mira en dirección al hórreo. Al suyo. Al que tanto quiso y al que tantos cuidados y mimos le dedicó: le reforzó sus esquinales. Además, y con tanta prole, el horru acabó por convertirse en una habitación más de un domicilio familiar en el que no cabían. Y para que los rapaces no pasaran frío, Moisés colocó unos listones de arriba a abajo entre colondra y colondra.


Vista de uno de los frentes del horru de Moisés. FOTO: J. CASO
  Construido en el siglo XIX, según el censo redactado en 2013 por el etnógrafo Ástur Paredes, era el de Moisés uno de esos hórreos con cubierta a dos aguas, de los de estilo beyusco.  Uno de los cinco que llegaron a existir en Biamón, aldea del concejo de Ponga. Y el de Moisés es el único que sigue en pie, por decirlo de alguna manera. Realmente está herido de muerte. Aguanta a duras penas, entornau y renqueante como un boxeador sonado a quien le acaban de propinar y guantazo digno de un K. O. Sigue en pie, pero será difícil que lo haga para cuando llegue la próxima primavera. Parte de la cubierta se vino abajo y casi todo el piso se ha hundido. Además, por si fuera poco, uno de sus laterales ya se ha ido al garete también. Ya no existe. 

El hórreo de Moisés, en estado de ruina casi total: FOTO: J. CASO
 
A la vista de este panorama desolador, habrá que volver la mirada y fijarse mejor en el rostro pétreo esculpido por Moisés. Tengo para mí que, en su momento, en la boca tallada, aunque toscamente, se dibujaba una sonrisa, un rictus que ha mudado por completo hasta asemejarse más al de una boca que emite un grito de dolor y desconsuelo ante ese hórreo moribundo que nada tiene que ver con aquel que cuidó Moisés y que además, es el único elemento etnográfico existente en la que fue su aldea.

El rostro pétreo que esculpió Moisés. FOTO: J. C


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