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sábado, 26 de abril de 2014

Un gamonéu del valle de Cangas de Onís, queso del año en "Asturias, el país de los cuarenta quesos"

La Quesería Toriello, de Ixena, elaboró la pieza premiada con una mezcla de leche de vaca y cabra

 
Hortensia Villanueva, titular de la Quesería Toriello, con varias piezas en la sala de ahumado. FOTO: J. CASO 


Por Javier G. Caso

Hortensia Villanueva, vecina de la localidad canguesa de Ixena, creció viendo a su madre hacer queso para consumo familiar, una actividad que años después élla convirtió en su profesión en la Quesería Toriello, una empresa familiar asentada en este mismo núcleo rural de Cangas de Onis desde hace diecinueve años y dedicada a la elaboración del queso gamonéu del valle desde que se puso en marcha la Denominación de Origen Protegida (DOP).

Hortensia tiene motivos estos días para sentirse orgullosa. Unos de sus quesos, elaborado como todos los que salen de su quesería, con mezcla de leche de vaca y de cabra, acaba de ser reconocido como el Mejor Queso del Año en la XII edición de "Asturias, el país de los cuarenta quesos", un evento gastronómico impulsado por la empresa Tierra Astur y que este año se llevó a cabo durante la primera semana del mes de abril en sus sidrerías de Oviedo, Gijón, Avilés y Colloto (Siero). En una cata popular en la que se emitieron más de 4.000 votos entre los clientes que degustaron las cuarenta variedades queseras que se elaboran en el Principado de Asturias, la pieza de la Quesería Toriello se llevó el 17,64% de los votos. Quienes lo premiaron subrayaron su sabor "ligeramente ahumado" y un "reconocido carácter" en la boca. En definitiva: que ese queso sabía y recordaba a los que antaño se elaboraban en les cabañes del puertu, tal y como hace unos días destacaba en sus páginas el semanario El Fielato.

En la Quesería Toriello cuentan con una quincena de cabras de raza alpina de las que obtienen una leche que luego mezclan con la de vaca, que compran a una ganadería ubicada en la vecina localidad de Labra. "La traemos cada dos días", explica Hortensia Villanueva, quien procesa unos 500 litros de leche al dia . De ellos obtendrá unos ocho quesos, la mayoría de ellos de tamaño grande. De hasta ocho kilos. "Ahora hay mucha demanda de ellos aunque también hacemos piezas de 600 gramos que tienen mucha aceptación entre los turistas", añade esta quesera. Una vez elaborados, y salados de forma sucesiva por cada una de sus dos caras, al tercer día los quesos pasan a la sala de ahumado de la quesería.

Las piezas más grandes están en el ahumadero "un mes", mientras que los pequeños tienen bastante con diez días. El siguiente paso será llevar los quesos a la cueva de maduración de Cueva Oscura para que acaben de madurar y dónde permanecerán un mes "como mínimo", precisa Hortensia. Si sus clientes no la apuran, esta quesera reconoce que entonces mantiene sus quesos en la cueva durante más tierno. 

Una vez retirados los quesos de la cueva de maduración, y antes de sacarlos al mercado, toca limpiarlos antes de proceder a su etiquetado. A partir de ahí se ponen a la venta, bien a través de comercios del ramo, como La Barata en Cangas de Onís, o bien en las mismas instalaciones de la quesería si es que algún cliente prefiera acercarse hasta Ixena a comprar queso de gamonéu del valle elaborado por la Quesería Toriello. Ahora se han llevado el premio de "Asturias, el país de los cuarenta quesos", un galardón que les hace sentirse muy satisfechos. Pero a Hortensia no se le olvida que hace años uno de sus quesos de gamonéu ya fue degustado, nada más y nada menos, que en la boda de los Príncipes de Asturias.

viernes, 25 de abril de 2014

Día del Cotu en la Montaña de Covadonga

Los ganaderos cangueses abrieron una nueva temporada de pastos en el Macizo Occidental de los Picos de Europa

 

Vicente Suero, de Gamonéu,  con sus reses por encima de Huesera. FOTO: J. CASO
 
Por Javier G. Caso

Como han hecho desde tiempos inmemoriales los ganaderos del concejo de Cangas de Onís iniciaron ayer viernes una nueva temporada de pastos en la Montaña de Covadonga una vez levantado el acotamiento en este puerto cangués que prohíbe pastar en él a toda clase de animales desde el 1 de marzo. Ayer era, pues, el día del Cotu, el primer día que el ganado ya podía estar en el puertu.
Y fueron muchos los ganaderos cangueses que quisieron cumplir con esta tradición. Para este año el Ayuntamiento de Cangas de Onís ha otorgado un total de 200 licencias de pastos y serán 4.981 las cabezas de ganado vacuno que podrán subir al puerto. 3.775 son vacas adultas, 1.076 novillos y novillas y 130 sementales. Desde luego ayer no subió todo el ganado, pero sí un número importante. Tras un buen madrugón, varios rebaños acompañados de sus dueños, que habían pasado la noche por debajo de la línea del coto, en las cuestas o los invernales próximos, cogieron la carretera de Los Lagos camino de su cita anual con vegas como las de Comeya, Teón, la Vega Enol, la de la Cueva o la Tiese. El ganado marchaba a su paso. Sin prisas. De ahí que en la carretera de Los Lagos, en el tramo que va desde Huesera a Les Veleres, se produjera algún atasco puntual de tráfico a lo largo de un día en el que fueron muchos los turistas que se acercaron hasta este rincón del Parque Nacional de los Picos de Europa.

Para algunos fueron menos los ganaderos que este año cumplieron con el rito de subir su ganado el Día del Cotu. Quizá pudo influir el temor a que el tiempo empeore y la nieve, que cubre el Cornión, baje aún más. Por lo demás la sensación general es que el puertu presenta unas condiciones inmejorables. “El pastu está divinu y la Vega de Enol, preciosa”, comentó en una pausa del camino el ganadero de Intriago Luis Caso. Ahora bien, los ganaderos no dejaron de expresar sus temores respecto a un problema que les afecta desde hace años: los daños del lobo. A la espera de que suba al puertu el grueso del ganado ya que los terneros más pequeños no lo harán hasta dentro de unas semanas, la preocupación es patente. Pese a todo la de ayer fue una de esas jornadas que son muy especiales para los ganaderos y para los pastores cangueses aunque de éstos queden cada día menos. Superados los rigores invernales el Día del Cotu significa que su ganado ya puede pastar libremente a lo largo y ancho de la Montaña de Covadonga. Como toda la vida. Para el ganado caballar, el ovino y el caprino, la temporada de pastos no comenzará hasta el primer día de junio.


 

lunes, 21 de abril de 2014

Miguel Larrea: el cangués que afina los cencerros

"Un buen lloqueru tien que alejar, o sea sonar bien de lejos", explica este vecino de Llerices que aprendió a machacar cencerros con catorce años

Miguel Larrea mayando un cencerro. FOTO: J. CASO


Por Javier G. Caso


Escuchar el sonido de los cencerros, sus tintineos, es señal inequívoca de que hay ganado suelto por el monte. Y escucharlos en el puerto cangués de  la Montaña de Covadonga quiere decir que nos encontramos en plena temporada de pastos que todos los años arranca cada 25 de abril, el día del cotu.
 
Y cuando hay vacas en el puertu es como si hubiera música en el Macizo Occidental de los Picos de Europa. Los cencerros o lloqueros suenan por todos los rincones, y cuando lo hacen, si uno está atento al ritmo o cadencia de sus tintineos, puede llegar a adivinar qué está haciendo el animal que lo porta: si camina, rumia, corre o, simplemente, está rascándose contra una peña. Además los lloqueros cumplen otra misión fundamental cuando la niebla se hace la dueña de la Montaña de Covadonga y apenas hay visibilidad: se convierten en la única forma de orientarse.

Así lo explica Miguel Larrea, vecino de la localidad canguesa de Llerices, ganadero y pastor jubilado y que, desde los 14 años, domina el arte de mayar o machacar cencerros; que viene a ser lo mismo que afinarlos como si fueran instrumentos de música. “Éramos críos y a mí me enseñó Rogelio, un vecinu de aquí de Llerices”, señala Miguel mientras afina un cencerro que le acaban de traer. A la puerta de su taller, que se da un aire a las cabañas del puertu, Larrea lo machaca ayudado de un martillo con el que va dándole una serie de golpes. Suaves y certeros. Hasta conseguir que suene como es debido. “Vas dandoi a un lau y al otru y ves donde mejora y donde empeora el sonido. Entonces quitas donde empeora y das donde mejora”.

Miguel comprueba un cencerro. FOTO: J. CASO


 
Este afinador de cencerros explica que venían “sin preparar” de fábrica. Y aunque ahora apenas le llegan, es en esta época del año, a las puertas de que las vacas pongan rumbo al puertu, cuando siempre tuvo más faena. “Machaqué muchos, muchísimos lloqueros”. Miguel recuerda años en los que llegó a afinar “hasta 300”. Asegura que se trata de una labor que exige tener buen oído. Preparar uno puede llevarle desde quince minutos a una hora. “Tou depende de que coja el sonidu que yo quiera”. Y eso, reconoce Miguel, va a depender de dos cosas: de un lado la calidad del cencerro. Por el otro el afinador tiene que acertar, algo que no siempre se consigue, añade.


Cada cencerro, explica Miguel, “suena diferente”. De ahí que para un pastor o ganadero sea muy importante distinguirlos cuando sus reses están en el puerto. “Así puedes localizarles les tus vaques”, apunta este cangués, quien reconoce que eso es algo que no todo el mundo sabe hacer. “Yo conocía todos los cencerros del pueblu perfectamente, pero había vecinos que no distinguían ni los suyos”. ¿Y cuándo suena bien un cencerro? Pues cuando “aleja”. O lo que es lo mismo cuando suena desde bien lejos. Porque puede llegar a sonar a varios kilómetros de distancia. Este vecino de Llerices recuerda cómo en algunas ocasiones, dependiendo de la dirección y de la fuerza del viento, cuando se encontraba en los invernales situados por encima de su pueblo, cerca de la Cruz de Priena, era capaz de escuchar los cencerros de sus vacas. Y eso que en ese momento se encontraban pastando en Les Llaceries, por encima de Covadonga, a varios kilómetros de Llerices.

Miguel hace sonar un lloqueru. FOTO: J. CASO



Según detalla Miguel Larrea esa es una cualidad que ya se percibe en el momento de su afinado. Sentado en un tayuelu coge un cencerro al que acaba de darle varios golpes con el martillo y lo hace sonar casi a ras de suelo. “Si se ahoga abaju ya no suena porque tien que sonar igual que arriba. Si no la jodimos”, explica.  Normalmente con varios golpes se afina un cencerro, sobre todo ahora que “vienen mejor preparaos”. Aunque a veces con eso no bastaba. Había que recortarlos e incluso hacerles algún agujero para que sonaran mejor. En ocasiones también es necesario cambiarles el mayuelu o badajo. “De fábrica vienen con uno de hierro pero no valen. El mayuelu tien que estar hechu con la punta del asta de una vaca”, explica Miguel Larrea. Y aunque añade que algunos son de madera de texu, reconoce que suenan mejor “los hechos de asta”. Como buen artesano Larrea también sabe preparar mayuelos. Cuando están listos los coloca en el interior del cencerro y lo sujeta con una correa de cuero. Pero el trabajo no se acaba ahí. Es necesario un mantenimiento. Según Larrea “cada ciertu tiempu hay que cambiar les correes porque se estropean, se desgastan o se pierden”.

Apenas a cinco días de que se abran de nuevo los pastos del Parque Nacional de los Picos de Europa, las vacas andan por los praos de valles como el del río Güeña. O ya en los invernales más cercanos a la Montaña de Covadonga. Pero, muy pronto, las veremos, y las oiremos ir y venir por vegas, camperas y xerros. Será entonces, cuando al ritmo de sus cencerros, volverán a llenar de música el Cornión, como en Cangas de Onís se conoce al Macizo Occidental de los Picos de Europa.


martes, 15 de abril de 2014

Enrique Herreros: el artista que contempló las estrellas desde lo más alto del Picu Urriellu

La obra que el pintor y montañero madrileño dedicó a los Picos de Europa ya pueden contemplarse en Carreña de Cabrales en el museo que lleva su nombre

Vista exterior de la Casa Bárcena, sede del museo. FOTO: J. CASO

El Naranjo de Bulnes, pintado por Enrique Herreros. REPRODUCCIÓN J. CASO


Por Javier G. Caso

En esta Asturias de la museitis el Museo Enrique Herreros en los Picos de Europa, que acaba de abrir sus puertas en Cabrales, merece mucho la pena. Nos da la oportunidad de acercarnos a la obra de uno de los artistas que más pintó los Picos de Europa, un macizo montañoso que, por su faceta montañera, Enrique Herreros conocía como la palma de su mano. A la vez nos permite descubrir a un personaje fallecido hace la friolera de 37 años en un accidente de automóvil en Áliva cuando, precisamente, se disponía a iniciar una ruta de montaña por el Macizo Central de los Picos de Europa. Sin embargo, pese al tiempo transcurrido desde su fallecimiento, la inauguración de su museo ha dejado patente la talla de un personaje como Enrique Herreros, así como la importancia de su propia obra pictórica.

 Ubicado en la Casa Bárcena de Carreña de Cabrales e inaugurado el pasado 30 de marzo, estamos ante un equipamiento cultural en el que podrá contemplarse toda la obra artística, unos 81 cuadros, que Herreros dedicó a los Picos de Europa, así como una treintena de dibujos que, bajo el epígrafe Amor a la montaña, aunan dos de las facetas, las de humorista gráfico y montañero, de este personaje polifacético. Porque Enrique Herreros, además de pintor, fue también cartelista de cine, director cinematográfico, publicista, escritor…Hasta el próximo mes de septiembre permanecerán expuestas en Carreña, más o menos, la mitad de los fondos del museo que lleva su nombre. La otra mitad podrá contemplarse dentro de seis meses cuando se renueve la actual exposición. De esta forma, y aunque la temática sea la misma, la visita al museo será distinta porque permitirá disfrutar de obras no expuestas hasta ese momento. 


Cara Sur de la Peña Santa de Castilla. REPRODUCCIÓN J. CASO

Muchos de esos cuadros, hasta una quincena en total, tienen como protagonista a una cumbre como la del Naranjo de Bulnes, una montaña mítica con la que Herreros mantuvo una relación muy especial a lo largo de su dilatada trayectoria como montañero y escalador. También como artista. Hasta tal punto fue así que José Luis Garci afirma que Enrique Herreros “descubrió, antes que nadie, las tonalidades de esa Moby Dick irreal, violeta al amanecer, naranja al irse el sol por el Este, como en los westerns”. La de Garci es una de las firmas, junto a las de Rogelio Blanco, Diego Carcedo, Pedro Páramo, Nati Mistral, César Pérez de Tudela, Gonzalo Suárez, Juan Antonio y Maria Porto, Juan Manuel de Prada, Peridis o Javier Rioyo, que aparecen en el catálogo editado por el Ayuntamiento de Cabrales y la Fundación Enrique Herreros con motivo de la apertura del Museo Enrique Herreros en los Picos de Europa. 


Portada del catálogo del museo. FOTO: J. CASO


No faltan en la publicación textos del propio Herreros, algunos de ellos, cómo no, dedicados al Naranjo de Bulnes. Algunos explican bien a las claras el por qué de su particular idilio con esta singular montaña. “No hay exageración, el Picu es la roca máxima de nuestra accidentada orografía. La noche que pasé en su cumbre, fue una noche fantasmal y única, donde la sombra y los claros de luna se oponían en gigantescos contrastes de un desmesurado y vigoroso Rembrandt. Noche donde el silencio tenía tal categoría y magnitud que hasta una tormenta cuyas nubes coronaban la lejana Peña Vieja, era sorda y solo ofrecía cegadoras luces. Yo me imaginaba sobre un trono omnipresente y que todo estaba compuesto para mi deleitoso asombro…” 

Con estas palabras, que dejó por escrito en un artículo titulado Las llaves de la pared Sur del Naranjo de Bulnes, describió Enrique Herreros (Madrid, 1903- Áliva, 1977) aquella noche mágica que pasó junto a Félix Candela y Roberto Cuñat en lo más alto del Picu Urriellu un 8 de agosto de 1933. Aquella no fue una noche al raso cualquiera. Herreros y sus compañeros de cordada se convirtieron en los primeros escaladores que hacían noche en esta cima del Macizo Central de los Picos de Europa, algo que les permitió ingresar en la historia alpinística del Naranjo de Bulnes. 
Sotres nevado. REPRODUCCIÓN J. CASO


Pero en el museo habilitado en la Casa Bárcena de Carreña no solo será posible acercarse a la pintura de Herreros. En la planta baja hay toda una sala dedicada a la Cueva de Covaciella, descubierta de forma casual en 1994 durante las obras de ampliación de la carretera AS-114, a la altura de Las Estazadas y que supone uno de los últimos y más importantes hallazgos del arte rupestre en la comarca del Oriente asturiano. El equipamiento museístico incluye una réplica a tamaño real del panel de la Covaciella donde destacan varios bisontes, que desde el primer momento destacaron sobre todo por su magnífico estado de conservación. El hecho de que se trate de una cueva no abierta al público da aún más valor a esta réplica que desde el 30 de marzo se puede visitar en Carreña y a la que complementan varios paneles interactivos que permiten al visitante observar con todo lujo de detalles las pinturas rupestres de Covaciella.

Dibujo titulado "Y lo hacen por gusto". REPRODUCION J. CASO


Con todo lo importante que ha sido para Cabrales conseguir abrir al público el Museo Enrique Herreros, ahora queda consolidarlo de cara al futuro. El mismo día de su inauguración se hicieron propuestas para que a lo largo del año se organicen distintas actividades que tengan como protagonistas otras facetas de la vida de Herreros, tales como las películas que dirigió o sus carteles de cine. Sin dejar de apostar por ello, tampoco estaría de más que este museo, el primero que se abre en un municipio del entorno del Parque Nacional de los Picos de Europa, pueda llegar a convertirse en un equipamiento al que se puedan ir incorporando obras de arte de otros artistas, tanto pintura, como escultura o fotografía, siempre con los Picos como protagonistas. Si las cosas se hacen bien este museo está llamado a convertirse en un recurso turístico de primera tanto para Cabrales como para el resto de la comarca oriental de Asturias.





 

lunes, 7 de abril de 2014

El último cestero de la parroquia de Degu

Valeriano Molledo, jubilado y de 77 años, dedica sus ratos libres a fabricar cestos y maconas

Sentado en un taburete Ano dobla una de las baniellas o tiras de madera mientras fabrica un cesto. FOTO: J. CASO
Por Javier G. Caso

  
Hablar de cestería tradicional en el entorno de Cangas de Onís es hacerlo, sobre todo, de la parroquia vecina de San Pedro de Degu, en Parres; y más en concreto, de la localidad de Avalle, lugar en el que durante muchísimas décadas eran numerosos los vecinos que se dedicaban al oficio de cesteros. Para algunos era una forma de conseguir unos ingresos extras que siempre venían bien a la renta de cada familia. Pero en Avalle también hubo profesionales de la cestería. De la evolución del oficio da cuenta un artículo titulado Los cesteros de Avalle, publicado en la Revista de Folklore, de la Fundación Joaquín Díaz y firmado por Manuel Garrido Palacios. http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.php?id=1658

En la actualidad aunque aún quedan personas como Eladio Abaría o Sacramento García, que fueron cesteros en su día, en Avalle nadie sigue en activo. El último cestero de la parroquia de San Pedro de Degu es Valeriano Molledo Martínez, Ano. Vive en Degu y trabaja en un pequeño taller situado en la planta baja de su vivienda. Es el mismo taller que ya usaba su padre, también cestero. Pero ninguno de los dos hizo de este oficio su profesión. La fabricación de cestos era “para sacar algún dinero”. Por supuesto fue su padre, y algún que otro vecinos, los que le enseñaron a hacer cestos. Los primeros, recuerda Ano”no valían y había que tiralos”. Ano nos cuenta que lo más difícil es preparar la madera que, una vez elegida, hay que cortar siempre con la luna menguante porque el ciclo lunar “influye muchu”. En cuando al tipo de madera, la más utilizada es la de avellano. Pero también vale la de castaño. O la de negrillo, subraya el cestero de Degu. 


Abriendo una tira de madera. FOTO: J. CASO
“La madera se abre en verde, recién cortada”, explica Ano. Lo siguiente será dejarla secar al sol para que cure. Y cuando ya tiene listas las baniellas o tiras de madera con las que confeccionará los cestos o maconas, al cestero le toca cepillarlas, una a una, en el banco de jorgar. A continuación hay que humedecer bien las baniellas para que se empapen de agua. De esta forma el cestero evitará que se fracturen cuando empiece a montar el cesto. “Si lo hago en secu, rompe”, subraya Ano, quien mojará las baniellas varias veces mientras el cesto va tomando forma.
 

Montando el culo del cesto. FOTO: J. CASO
No se trata de una tarea cómoda. Además de “paciencia”, como explica Valeriano, los primeros pasos hay que darlos de rodillas. Sobre una tabla de madera el cestero, y en esta postura, va colocando las baniellas y las va intercalando para formar el culo. Al tratarse de un cesto pequeño trabaja con una decena de baniellas, que en una macona de las más grandes pueden llegar a ser hasta veinte. Además de utilizar las manos, Ano se ayuda de un martillo y un pequeño puntero para dar los últimos ajustes “y que no queden huecos entre les banielles”.

El cesto va cogiendo forma. FOTO: J. CASO


  Una vez lista lo que será la base del cesto, Ano pasa a sentarse en un taburete bajo y prosigue con el montaje ayudado de una navaja. “Nunca calculé el tiempu que mi lleva hacer un cestu porque siempre lo hici a ratos sueltos”. 

Así trabajaba antes de llegar a la jubilación y así sigue a sus 77 años. Por lo general se encierra a su taller si el tiempo está malo. “Si haz buenu prefiero andar por ahí segando con la guadaña o cebando unes xates”. Además reconoce que su cuerpo, sobre todo su espalda, se resiente si pasa demasiado tiempo en el taller doblado haciendo cestos. Por eso trabaja sin prisa. De tal manera que si alguien le pide que le haga un cesto, y no digamos ya una macona que siempre lleva mucho más tiempo, ya sabe lo que le queda: armarse de paciencia. Los plazos de entrega no angustian ni preocupan lo más mínimo al último cestero de Degu. Aunque lo mismo dejará de serlo si, como se anuncia, sale adelante el proyecto que impulsan en Avalle para poner en marcha un taller de cestería tradicional. Ojalá fructifique la idea, se convierta en una realidad y se evite la desaparición de este tradicional oficio tan ligado, durante siglos, a la parroquia de San Pedro de Degu.

Algunos de los cestos ya terminados, en el taller. FOTO: J. CASO