UA-47047058-1

domingo, 3 de abril de 2016

Último adiós a Ramón Aranguez

!Esta vez no fueron buenos días por la mañana!

 

Ramón Aranguez, en la entrada al depósito de agua de Cangues d´Arriba. FOTO: JAVIER G. CASO

Por JAVIER G. CASO

Era una de sus muchas frases graciosas y ocurrentes. Tanto que, de tanto repetírsela domingo tras domingo, al final algunos de los senegaleses que desde hace años ejercen como vendedores en nuestro tradicional mercau semanal, acabaron haciéndola suya. Y así, cada vez que alguno de ellos franqueaba la puerta de la cafetería del Hotel Plaza a la que acudían a desayunar, siempre saludaban de la misma manera: “ ¡buenos días por la mañana!”. Y él, que estaba trasteando y echando una mano a Fernando detrás del mostrador, les contestaba con esa sonrisa que siempre tenía en la cara: “¡buenos días por la mañana, hombre!”.
Así era Ramón Aranguez Severino, Ramón el fontaneru o Ramonín el de Lucio, como lo conocíamos en Cangas de Onís y al que este domingo dábamos el último adiós en nuestra iglesia parroquial, mientras en La Plaza, su barrio desde hace muchos años, se celebraba un mercau más. A sus 77 años, Ramón era de esos cangueses que conocía a todo el mundo y que, con una memoria prodigiosa, atesoraba infinidad de anécdotas y de historias que contaba como nadie. Ramón se conocía al dedillo la pequeña y la gran historia canguesa de los últimos sesenta o setenta años. De su mano conocí, por ejemplo, que el callejón peatonal que va desde La Carreterona hasta las inmediaciones de la Plaza, por detrás de la calle del Mercau, se llama la calle del Campón.
¿A qué tú no sabes quien era fulanito? Te preguntaba Ramón, sabedor de que a uno no hay cosa que más le preste que recabar información y datos de aquel Cangas en el que crecieron nuestros mayores. A su pregunta sucedía una detalladísima y documentada explicación por parte de Ramón acerca de aquel personaje desconocido. Lo mismo te contaba dónde estaba tal o cual negocio cangués de antaño que una aventura protagonizada por algún cangués. ¡Qué lástima no haber grabado aquellos momentos! Pero siempre quedará el recuerdo de esas improvisadas charlas. Además de excelente conversador, otra de sus pasiones fue la música coral, que practicó durante décadas en el Coro Peña Santa de la mano de su tocayo Ramón A. Prada.

Ramón, dentro del depósito. FOTO: J. G. CASO



 
Por su condición de fontanero municipal, a Ramón le tocó estar a pie de obra cuando se ejecutaron las últimas traídas de agua, así como las redes de distribución y los enganches domiciliarios. Tanto en la capital canguesa como en muchos pueblos. Y a falta de planos, como Ramón tenía en su cabeza por donde iban todas y cada una de las tuberías, no faltaron las ocasiones en las que, hasta ya jubilado, venían a buscarlo los obreros a casa cada vez que iban a abrir una zanja, no fuera a ser que reventaran la tubería del agua.
Pero antes que fontaneru, Ramón aprendió el oficio de hojalateru de su abuelo Lucio. Ahora los quesos y los embutidos se envasan al vacío. En plástico. Pero de aquella, como él mismo me contó, iban en lata. A ellos les tocó hacer muchos de esos recipientes a medida de hojalata. Y así, en conserva, viajaron hasta América y cruzaron el Charcu, con destino a países como Cuba, México o los Estados Unidos, quesos de Cabrales, de Gamonéu, chorizos y morcilles. Pero uno de sus trabajos más curiosos fue sin duda cuando, allá por 1963, año en el que se inauguró nuestra iglesia parroquial, tuvo que engolase en la cruz que preside la espadaña de la iglesia para soldar el pararrayos. Y lo hizo sentado en los mismos brazos de la cruz, a más de 30 metros de altura, como él mismo recordaba hace tres años cuando se celebró el cincuenta aniversario de la construcción del nuevo templo parroquial cangués.

Durante años Ramón cloró los depósitos municipales. FOTO: J. CASO


En este mundo no va a quedar nadie. Eso está claro. Pero, joder, qué duro es que la parca se lleve en veinte días a una persona tan apreciada y querida sin que nadie sospechara lo malín que estaba. Este sábado a media mañana sonó el teléfono móvil. Vi la llamada y ya me imaginaba lo que me iban a contar. Era la noticia de tu fallecimiento. Desde luego, Ramón, esta vez lo que me dieron no fueron los buenos días por la mañana. Sirvan estas líneas para rendir homenaje a una persona tan buena como cariñosa con todo el mundo y a la que, si bien conocí ya de criu como el padre de uno de mis mejores amigos, con el paso de los años acabó por convertirse en un amigo más. Mira que te prestaba llegar y decirnos de repente sin venir a cuentu: ¿a qué no sabéis cuántos días quedan pa San Antoniu? Vamos a echate de menos Ramón. Pero estoy seguro de que desde ahí arriba, esos días, los seguirás contando para todos nosotros.