UA-47047058-1

miércoles, 24 de febrero de 2016

Enraizados con la historia local

El escritor y naturalista Ignacio Abella publica "Árboles de Junta y Concejo. Las raíces de la comunidad"
 
Portada del último trabajo de Ignacio Abella. FOTO: J. CASO

La publicación permite conocer unos árboles emblemáticos, en muchos casos centenarios, y  tan queridos como maltratados

Por JAVIER G. CASO

En estos tiempos de Internet, de redes sociales y relaciones virtuales, hay quien como Ignacio Abella centra su atención en aquellos árboles que, durante siglos y siglos, fueron testigos del devenir diario de las comunidades locales hasta el punto de llegar a convertirse, en muchos, en verdaderos símbolos o tótems. Los mismos bajo los que muchos pueblos se reunían para tratar, discutir y acordar todos aquellos asuntos que los concernían.

Editado por Libros del Jata, el nuevo trabajo del naturalista y escritor Ignacio Abella lleva, precisamente, por título "Árboles de Junta y Concejo. Las raíces de la comunidad". Hablamos de unos árboles que fueron testigos mudos de la historia local. Por sus páginas desfilan robles, texos, olmos... Son más de un centenar los árboles citados en este libro, repartidos por la práctica totalidad de las comunidades autónomas españolas, de Portugal, nuestro vecino peninsular, así como de otros países europeos como Francia, Italia o Bélgica. No faltan tampoco menciones y referencias a otras partes del mundo. Y es que la figura del árbol de la palabra está muy presente en todo el planeta, asegura Abella. Desde la península arábiga al continente africano, América Central y del Sur o Australia. El objetivo del libro es recoger la memoria de todos esos árboles bajo cuyo ramaje se tomaron todo tipo de decisiones en el ámbito local o, como mucho comarcal. En concejo público o junta. Unas reuniones que tienen lugar desde tiempos inmemoriales, desde mucho antes que existieran las casas consistoriales o los juzgados. Asegura Abella que su libro es algo así como “un catálogo o inventario de la memoria, una crónica de la relación entre los seres humanos y los árboles”.

Afincado en Asturias desde hace más de 25 años, Ignacio Abella inició sus trabajos de campo, sus estudios, acerca de los árboles de concejo allá por 1990. Muchos de los reseñados en su libro son árboles que se reparten por distintos pueblos, aldeas y rincones del Principado de Asturias, una región que, asegura el escritor, conserva muy viva la memoria de esos árboles de reunión y comunidad, de hecho aún hay gente mayor que recuerda perfectamente haber asistido a estos concejos. Así nos habla de árboles como el desaparecido texu de Seloriu (Villaviciosa) o el rebollo de Bermiego, caído en abril de 2014, de la texona de Bermiego, los texos de Mier, Melendreros o Santibáñez. O los tres texos de Abamia. De ellos, el más grande y antiguo, con más de 400 años de historia, es el que se asienta más cerca de la iglesia románica de Santa Eulalia de Abamia, en la que según la tradición fue enterrado el rey Pelayo. La iglesia se levanta en un lugar que albergó enterramientos en tiempos prehistóricos, un dolmen del que se conserva una única pieza, una losa u ortostato que se expone en el Museo Arqueológico Nacional, si bien Cangas de Onís existe una reproducción de esa piedra decorada con lo que se denominó como el ídolo de Abamia. Quien sabe si los texos que rodean el lugar donde se levantó el dolmen son herederos de otros árboles anteriores que allí pudieron existir ya desde tiempos prehistóricos y bajo los que ya se reunirían quienes entonces habitaban el valle del Güeña

Vista del texu principal de Abamia, junto a la iglesia románica. FOTO: J. CASO
 
Pero estos árboles que, en su día jugaron un papel capital y que eran territorio “de la identidad, lo afectivo y natural, de los vivido y lo experimentado”, como escribe Ignacio Abella han ido perdiendo utilidad. Llegaron los ayuntamientos y fueron acabando con aquel sistema asambleario celebrado en campo abierto y bajo la copa de estos arbolones. Además, y aunque resulte paradójico, en las páginas de su libro Abella da cuenta del maltrato sufrido por muchos de estos árboles totémicos, a causa de un mal entendido urbanismo que se ha llevado por delante sus entornos, los lugares en los que se levantan. Obras como las ejecutadas en Abamia, con zanjas que cercenaron las raíces de los tejos. O en Vidiago, donde su tejo agónico no ha podido recuperarse cuando años atrás echaron alquitrán a su alrededor. Hasta el mismo tronco. Sin dejarle un mínimo alcorque.

Zanjas que afectaron a las raíces de los texos de Abamia. FOTO: J. C.


 De esos ataques no se libra ni el árbol de Guernica como relata Abella. Han sido varios los ejemplares de roble que allí se levantaron desde el árbol viejo al proclamado como árbol del siglo XXI, si bien “la progresión de la longevidad viene siendo asombrosamente descendente, desde los 150 años del árbol viejo, a los 43 del nuevo y una década para el penúltimo”. Y es que como bien apunta Abella, mientras el tronco del árbol más antiguo es tratado y está expuesto como una reliquia, a los árboles de Guernica vivos de ese mismo linaje “se les somete a una incesante tortura. ¿Aprenderán las futuras generaciones a convivir con viejos árboles? ¿Durará el árbol del siglo XXI siquiera lo que queda de siglo?

Aunque más allá de recuperar su memoria, el libro tiene mucho de elegía, de oración fúnebre por esos árboles de concejo ya desaparecidos, Abella no deja de reivindicarlos e invita a plantar nuevos ejemplares por los pueblos. Con independencia de que los hubiera habido o no. Este escritor y naturalista está convencido de que, con el tiempo, el nuevo árbol “acabará reuniéndonos”. Y es que además de reivindicar la figura del árbol de junta o concejo, Abella también defiende la necesidad de recuperar este tipo de reuniones “como espacios de soberanía local”.

Finalmente la publicación concluye con una nueva llamada a concejo para completar la memoria, incompleta como casi todas, de estos árboles. Por eso Abella solicita que quien lo desee le remita cualquier testimonio e información acerca de otros ejemplares que no están incluidos en su publicación y que también jugaron ese papel de centros de reunión. Con ese objeto el libro incluye un cuestionario que, junto a imágenes, se puede remitir a arboldejunta@gmail.com incluyendo datos como una breve reseña del árbol en cuestión y sus funciones, datos del informante, documentación, relatos de la tradición...Así, al igual que sus raíces sustentaban a estos árboles de la palabra, la Red también puede jugar un papel importante a la hora de ir sumando nuevos testimonios relativos a estos árboles





martes, 2 de febrero de 2016

Abriendo camino: la biblia musical del Oriente de Asturias

Javier Pedraces y Ana Corredera comparten la autoría de una obra que recorre los últimos 54 años de la escena musical de esta comarca

 


Por Javier G. Caso
Asegura Béznar Arias, responsable de Norte Sur Récords, y editor de Abriendo camino. La escena musical en el Oriente de Asturias ( 1960- 2014), que esta obra es algo así como la Biblia de la música rock y folk de esta comarca. Y no le falta razón. El volumen, del que son coautores los cangueses Javier Pedraces y Ana Corredera, tiene mucho de obra enciclopédica, de consulta, si nos atenemos a la montaña de información contenida en sus más de 600 páginas: datos obtenidos a través de entrevistas orales, de prensa escrita, de un montón de fuentes consultadas por Pedraces y Corredera a lo largo de los últimos cinco años. Mucho curro. Además el libro está ilustrado con abundantes fotografías. Algunas de ellas inéditas. Y alguna tan curiosa como la del grupo Los Búhos 80 posando delante de su furgoneta entre las ruinas del antiguo Riaño. Como buena obra de consulta Abriendo camino incluye un surtidísimo índice onomástico, una herramienta fundamental para abrirse paso entre esa frondosa jungla de datos, fechas y nombres recogidos en este libro. Son cientos y cientos las referencias, de todo tipo, referidas al panorama musical que se vivió en el extremo oriental de Asturias a lo largo de los últimos 54 años.
Son nada más, y nada menos, que 125 las bandas o grupos musicales documentados en una publicación que además va acompañada de un CD con 22 temas musicales de músicos y grupos como Ramón Prada, Cuerria, Corquieu, Paganos, Neurotics, Los Búhos, Desorden, Mala Reputación, Ermitaños del Río... Fundamentalmente lo que más suena es rock. Pero también folk, heavy. Y hasta reggae.

Presentación del libro en El Apeaderu (Arriondas). FOTO JAVI PEDRACES
De todas las bandas documentadas en Abriendo camino, como bien reseñan sus autores, los riosellanos Corquieu son los más internacionales. Han realizado giras por toda Europa, participando en los festivales de música folk más prestigiosos del Viejo Continente. Curiosamente otro grupo de Ribadesella, Los Búhos, fue el primero de la comarca en cruzar la frontera de los Pirineos para actuar en otros países europeos, donde muchos años después también han ofrecido conciertos otras formaciones como Mala Reputación, Cuerria o Niundes. En el horizonte nacional sonaron grupos como Neurotics, Desorden, Papadukas Gang, A. I. Band, o Depredador. Y en la actualidad lo siguen haciendo Corquieu y, sobre todo, Mala Reputación, con sucesivos y frecuentes conciertos fuera de Asturias. El tirón de la banda canguesa ha quedado demostrado con su último vídeo: Fuego. En apenas una semana tuvo más de 10.000 reproducciones en Youtube.
Más allá de un sinfín de bandas, los autores del trabajo también se han preocupado de dar cuenta de aquellos locales de la comarca que ofrecieron actuaciones en directo, promocionando así a los grupos autóctonos y otros muchos más de Asturias. Además se incluyen referencias sobre eventos musicales míticos como la Nuechi Celta de Corao, los estudios de grabación y las asociaciones culturales que han existido en el Oriente o la publicación de fanzines, entre ellos La maqueta, El Tayuelu, Felechos y Cotolles o La Jueya.

Javi Pedraces, con su libro en El Apeaderu. FOTO: J. CASO
 
Uno de los capítulos del libro recoge la discografía publicada por algunos de los grupos de la comarca, así como un listado de las grabaciones y un apartado bibliográfico. No queda más que dar la bienvenida a este trabajo que, como no podía ser de otra manera, ha recibido todo tipo de halagos por parte de los músicos de la comarca oriental. La mayoría de ellos fueron entrevistados por los autores durante el trabajo de campo que desarrollaron antes de publicar Abriendo camino. La publicación, un puzzle que Pedraces y Corredera completaron a partir de todas esas aportaciones y de su labor investigadora, es de consulta obligada para quien desee empaparse de la historia musical más reciente, y rockera, de esta comarca.



El horru de Moisés

El último hórreo beyusco de Biamón se muere

Vista general del horru de Moisés desde el lateral que se encuentra más deteriorado. FOTO: J. CASO

 Por Javier G. Caso
En Biamón ya solo jumea una chimenea, la de la única casa que aún sigue habitada. La de Mariano Hortal y su padre Lolo, de 93 años. El resto de lo que hasta hace décadas era una aldea de Los Beyos llena de vida y con varias familias numerosas, es una verdadera ruina. Un paisaje cuasi apocalíptico, más si cabe después del enorme argayu que se vino encima del pueblo hace unos años. Apenas hay casas en pie. La mayoría de ellas están sin cubierta, con sus muros al aire, convertidas en una especie de esqueletos de piedra de los que asoman, a modo de brazos que imploran auxilio, lo que en su día fueron las vigas que sostenían sus tejados.

Vista de Biamón. FOTO: J. CASO


 
En aquel Biamón habitado criaron Moisés y su esposa Lucía a una quincena de fios. Era Moisés un paisano de esos curiosos a la hora de trabajar la madera. En el portal de la que fue su casa aún se conserva su banco de madreñeru. Además tocaba la gaita. Y, si se terciaba, ejercía como improvisado escultor. O lo hizo. Al menos una vez. Fue allá por 1976 cuando, antes de dejar su aldea, Moisés López Rivero decidió labrar sus iniciales y una fecha a modo de despedida. Lo hizo en una roca natural que asoma pegada a la muria de una cuadra. Junto a su casa. Frente por frente del que fue su hórreo: el horru de Moisés.

Inscripción de Moises. FOTO: J.C

 
Quizá para lo contemplara esculpió también una cara, quien sabe si su autorretrato. Un rostro que mira en dirección al hórreo. Al suyo. Al que tanto quiso y al que tantos cuidados y mimos le dedicó: le reforzó sus esquinales. Además, y con tanta prole, el horru acabó por convertirse en una habitación más de un domicilio familiar en el que no cabían. Y para que los rapaces no pasaran frío, Moisés colocó unos listones de arriba a abajo entre colondra y colondra.


Vista de uno de los frentes del horru de Moisés. FOTO: J. CASO
  Construido en el siglo XIX, según el censo redactado en 2013 por el etnógrafo Ástur Paredes, era el de Moisés uno de esos hórreos con cubierta a dos aguas, de los de estilo beyusco.  Uno de los cinco que llegaron a existir en Biamón, aldea del concejo de Ponga. Y el de Moisés es el único que sigue en pie, por decirlo de alguna manera. Realmente está herido de muerte. Aguanta a duras penas, entornau y renqueante como un boxeador sonado a quien le acaban de propinar y guantazo digno de un K. O. Sigue en pie, pero será difícil que lo haga para cuando llegue la próxima primavera. Parte de la cubierta se vino abajo y casi todo el piso se ha hundido. Además, por si fuera poco, uno de sus laterales ya se ha ido al garete también. Ya no existe. 

El hórreo de Moisés, en estado de ruina casi total: FOTO: J. CASO
 
A la vista de este panorama desolador, habrá que volver la mirada y fijarse mejor en el rostro pétreo esculpido por Moisés. Tengo para mí que, en su momento, en la boca tallada, aunque toscamente, se dibujaba una sonrisa, un rictus que ha mudado por completo hasta asemejarse más al de una boca que emite un grito de dolor y desconsuelo ante ese hórreo moribundo que nada tiene que ver con aquel que cuidó Moisés y que además, es el único elemento etnográfico existente en la que fue su aldea.

El rostro pétreo que esculpió Moisés. FOTO: J. C