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domingo, 3 de abril de 2016

Último adiós a Ramón Aranguez

!Esta vez no fueron buenos días por la mañana!

 

Ramón Aranguez, en la entrada al depósito de agua de Cangues d´Arriba. FOTO: JAVIER G. CASO

Por JAVIER G. CASO

Era una de sus muchas frases graciosas y ocurrentes. Tanto que, de tanto repetírsela domingo tras domingo, al final algunos de los senegaleses que desde hace años ejercen como vendedores en nuestro tradicional mercau semanal, acabaron haciéndola suya. Y así, cada vez que alguno de ellos franqueaba la puerta de la cafetería del Hotel Plaza a la que acudían a desayunar, siempre saludaban de la misma manera: “ ¡buenos días por la mañana!”. Y él, que estaba trasteando y echando una mano a Fernando detrás del mostrador, les contestaba con esa sonrisa que siempre tenía en la cara: “¡buenos días por la mañana, hombre!”.
Así era Ramón Aranguez Severino, Ramón el fontaneru o Ramonín el de Lucio, como lo conocíamos en Cangas de Onís y al que este domingo dábamos el último adiós en nuestra iglesia parroquial, mientras en La Plaza, su barrio desde hace muchos años, se celebraba un mercau más. A sus 77 años, Ramón era de esos cangueses que conocía a todo el mundo y que, con una memoria prodigiosa, atesoraba infinidad de anécdotas y de historias que contaba como nadie. Ramón se conocía al dedillo la pequeña y la gran historia canguesa de los últimos sesenta o setenta años. De su mano conocí, por ejemplo, que el callejón peatonal que va desde La Carreterona hasta las inmediaciones de la Plaza, por detrás de la calle del Mercau, se llama la calle del Campón.
¿A qué tú no sabes quien era fulanito? Te preguntaba Ramón, sabedor de que a uno no hay cosa que más le preste que recabar información y datos de aquel Cangas en el que crecieron nuestros mayores. A su pregunta sucedía una detalladísima y documentada explicación por parte de Ramón acerca de aquel personaje desconocido. Lo mismo te contaba dónde estaba tal o cual negocio cangués de antaño que una aventura protagonizada por algún cangués. ¡Qué lástima no haber grabado aquellos momentos! Pero siempre quedará el recuerdo de esas improvisadas charlas. Además de excelente conversador, otra de sus pasiones fue la música coral, que practicó durante décadas en el Coro Peña Santa de la mano de su tocayo Ramón A. Prada.

Ramón, dentro del depósito. FOTO: J. G. CASO



 
Por su condición de fontanero municipal, a Ramón le tocó estar a pie de obra cuando se ejecutaron las últimas traídas de agua, así como las redes de distribución y los enganches domiciliarios. Tanto en la capital canguesa como en muchos pueblos. Y a falta de planos, como Ramón tenía en su cabeza por donde iban todas y cada una de las tuberías, no faltaron las ocasiones en las que, hasta ya jubilado, venían a buscarlo los obreros a casa cada vez que iban a abrir una zanja, no fuera a ser que reventaran la tubería del agua.
Pero antes que fontaneru, Ramón aprendió el oficio de hojalateru de su abuelo Lucio. Ahora los quesos y los embutidos se envasan al vacío. En plástico. Pero de aquella, como él mismo me contó, iban en lata. A ellos les tocó hacer muchos de esos recipientes a medida de hojalata. Y así, en conserva, viajaron hasta América y cruzaron el Charcu, con destino a países como Cuba, México o los Estados Unidos, quesos de Cabrales, de Gamonéu, chorizos y morcilles. Pero uno de sus trabajos más curiosos fue sin duda cuando, allá por 1963, año en el que se inauguró nuestra iglesia parroquial, tuvo que engolase en la cruz que preside la espadaña de la iglesia para soldar el pararrayos. Y lo hizo sentado en los mismos brazos de la cruz, a más de 30 metros de altura, como él mismo recordaba hace tres años cuando se celebró el cincuenta aniversario de la construcción del nuevo templo parroquial cangués.

Durante años Ramón cloró los depósitos municipales. FOTO: J. CASO


En este mundo no va a quedar nadie. Eso está claro. Pero, joder, qué duro es que la parca se lleve en veinte días a una persona tan apreciada y querida sin que nadie sospechara lo malín que estaba. Este sábado a media mañana sonó el teléfono móvil. Vi la llamada y ya me imaginaba lo que me iban a contar. Era la noticia de tu fallecimiento. Desde luego, Ramón, esta vez lo que me dieron no fueron los buenos días por la mañana. Sirvan estas líneas para rendir homenaje a una persona tan buena como cariñosa con todo el mundo y a la que, si bien conocí ya de criu como el padre de uno de mis mejores amigos, con el paso de los años acabó por convertirse en un amigo más. Mira que te prestaba llegar y decirnos de repente sin venir a cuentu: ¿a qué no sabéis cuántos días quedan pa San Antoniu? Vamos a echate de menos Ramón. Pero estoy seguro de que desde ahí arriba, esos días, los seguirás contando para todos nosotros.


 

miércoles, 24 de febrero de 2016

Enraizados con la historia local

El escritor y naturalista Ignacio Abella publica "Árboles de Junta y Concejo. Las raíces de la comunidad"
 
Portada del último trabajo de Ignacio Abella. FOTO: J. CASO

La publicación permite conocer unos árboles emblemáticos, en muchos casos centenarios, y  tan queridos como maltratados

Por JAVIER G. CASO

En estos tiempos de Internet, de redes sociales y relaciones virtuales, hay quien como Ignacio Abella centra su atención en aquellos árboles que, durante siglos y siglos, fueron testigos del devenir diario de las comunidades locales hasta el punto de llegar a convertirse, en muchos, en verdaderos símbolos o tótems. Los mismos bajo los que muchos pueblos se reunían para tratar, discutir y acordar todos aquellos asuntos que los concernían.

Editado por Libros del Jata, el nuevo trabajo del naturalista y escritor Ignacio Abella lleva, precisamente, por título "Árboles de Junta y Concejo. Las raíces de la comunidad". Hablamos de unos árboles que fueron testigos mudos de la historia local. Por sus páginas desfilan robles, texos, olmos... Son más de un centenar los árboles citados en este libro, repartidos por la práctica totalidad de las comunidades autónomas españolas, de Portugal, nuestro vecino peninsular, así como de otros países europeos como Francia, Italia o Bélgica. No faltan tampoco menciones y referencias a otras partes del mundo. Y es que la figura del árbol de la palabra está muy presente en todo el planeta, asegura Abella. Desde la península arábiga al continente africano, América Central y del Sur o Australia. El objetivo del libro es recoger la memoria de todos esos árboles bajo cuyo ramaje se tomaron todo tipo de decisiones en el ámbito local o, como mucho comarcal. En concejo público o junta. Unas reuniones que tienen lugar desde tiempos inmemoriales, desde mucho antes que existieran las casas consistoriales o los juzgados. Asegura Abella que su libro es algo así como “un catálogo o inventario de la memoria, una crónica de la relación entre los seres humanos y los árboles”.

Afincado en Asturias desde hace más de 25 años, Ignacio Abella inició sus trabajos de campo, sus estudios, acerca de los árboles de concejo allá por 1990. Muchos de los reseñados en su libro son árboles que se reparten por distintos pueblos, aldeas y rincones del Principado de Asturias, una región que, asegura el escritor, conserva muy viva la memoria de esos árboles de reunión y comunidad, de hecho aún hay gente mayor que recuerda perfectamente haber asistido a estos concejos. Así nos habla de árboles como el desaparecido texu de Seloriu (Villaviciosa) o el rebollo de Bermiego, caído en abril de 2014, de la texona de Bermiego, los texos de Mier, Melendreros o Santibáñez. O los tres texos de Abamia. De ellos, el más grande y antiguo, con más de 400 años de historia, es el que se asienta más cerca de la iglesia románica de Santa Eulalia de Abamia, en la que según la tradición fue enterrado el rey Pelayo. La iglesia se levanta en un lugar que albergó enterramientos en tiempos prehistóricos, un dolmen del que se conserva una única pieza, una losa u ortostato que se expone en el Museo Arqueológico Nacional, si bien Cangas de Onís existe una reproducción de esa piedra decorada con lo que se denominó como el ídolo de Abamia. Quien sabe si los texos que rodean el lugar donde se levantó el dolmen son herederos de otros árboles anteriores que allí pudieron existir ya desde tiempos prehistóricos y bajo los que ya se reunirían quienes entonces habitaban el valle del Güeña

Vista del texu principal de Abamia, junto a la iglesia románica. FOTO: J. CASO
 
Pero estos árboles que, en su día jugaron un papel capital y que eran territorio “de la identidad, lo afectivo y natural, de los vivido y lo experimentado”, como escribe Ignacio Abella han ido perdiendo utilidad. Llegaron los ayuntamientos y fueron acabando con aquel sistema asambleario celebrado en campo abierto y bajo la copa de estos arbolones. Además, y aunque resulte paradójico, en las páginas de su libro Abella da cuenta del maltrato sufrido por muchos de estos árboles totémicos, a causa de un mal entendido urbanismo que se ha llevado por delante sus entornos, los lugares en los que se levantan. Obras como las ejecutadas en Abamia, con zanjas que cercenaron las raíces de los tejos. O en Vidiago, donde su tejo agónico no ha podido recuperarse cuando años atrás echaron alquitrán a su alrededor. Hasta el mismo tronco. Sin dejarle un mínimo alcorque.

Zanjas que afectaron a las raíces de los texos de Abamia. FOTO: J. C.


 De esos ataques no se libra ni el árbol de Guernica como relata Abella. Han sido varios los ejemplares de roble que allí se levantaron desde el árbol viejo al proclamado como árbol del siglo XXI, si bien “la progresión de la longevidad viene siendo asombrosamente descendente, desde los 150 años del árbol viejo, a los 43 del nuevo y una década para el penúltimo”. Y es que como bien apunta Abella, mientras el tronco del árbol más antiguo es tratado y está expuesto como una reliquia, a los árboles de Guernica vivos de ese mismo linaje “se les somete a una incesante tortura. ¿Aprenderán las futuras generaciones a convivir con viejos árboles? ¿Durará el árbol del siglo XXI siquiera lo que queda de siglo?

Aunque más allá de recuperar su memoria, el libro tiene mucho de elegía, de oración fúnebre por esos árboles de concejo ya desaparecidos, Abella no deja de reivindicarlos e invita a plantar nuevos ejemplares por los pueblos. Con independencia de que los hubiera habido o no. Este escritor y naturalista está convencido de que, con el tiempo, el nuevo árbol “acabará reuniéndonos”. Y es que además de reivindicar la figura del árbol de junta o concejo, Abella también defiende la necesidad de recuperar este tipo de reuniones “como espacios de soberanía local”.

Finalmente la publicación concluye con una nueva llamada a concejo para completar la memoria, incompleta como casi todas, de estos árboles. Por eso Abella solicita que quien lo desee le remita cualquier testimonio e información acerca de otros ejemplares que no están incluidos en su publicación y que también jugaron ese papel de centros de reunión. Con ese objeto el libro incluye un cuestionario que, junto a imágenes, se puede remitir a arboldejunta@gmail.com incluyendo datos como una breve reseña del árbol en cuestión y sus funciones, datos del informante, documentación, relatos de la tradición...Así, al igual que sus raíces sustentaban a estos árboles de la palabra, la Red también puede jugar un papel importante a la hora de ir sumando nuevos testimonios relativos a estos árboles





martes, 2 de febrero de 2016

Abriendo camino: la biblia musical del Oriente de Asturias

Javier Pedraces y Ana Corredera comparten la autoría de una obra que recorre los últimos 54 años de la escena musical de esta comarca

 


Por Javier G. Caso
Asegura Béznar Arias, responsable de Norte Sur Récords, y editor de Abriendo camino. La escena musical en el Oriente de Asturias ( 1960- 2014), que esta obra es algo así como la Biblia de la música rock y folk de esta comarca. Y no le falta razón. El volumen, del que son coautores los cangueses Javier Pedraces y Ana Corredera, tiene mucho de obra enciclopédica, de consulta, si nos atenemos a la montaña de información contenida en sus más de 600 páginas: datos obtenidos a través de entrevistas orales, de prensa escrita, de un montón de fuentes consultadas por Pedraces y Corredera a lo largo de los últimos cinco años. Mucho curro. Además el libro está ilustrado con abundantes fotografías. Algunas de ellas inéditas. Y alguna tan curiosa como la del grupo Los Búhos 80 posando delante de su furgoneta entre las ruinas del antiguo Riaño. Como buena obra de consulta Abriendo camino incluye un surtidísimo índice onomástico, una herramienta fundamental para abrirse paso entre esa frondosa jungla de datos, fechas y nombres recogidos en este libro. Son cientos y cientos las referencias, de todo tipo, referidas al panorama musical que se vivió en el extremo oriental de Asturias a lo largo de los últimos 54 años.
Son nada más, y nada menos, que 125 las bandas o grupos musicales documentados en una publicación que además va acompañada de un CD con 22 temas musicales de músicos y grupos como Ramón Prada, Cuerria, Corquieu, Paganos, Neurotics, Los Búhos, Desorden, Mala Reputación, Ermitaños del Río... Fundamentalmente lo que más suena es rock. Pero también folk, heavy. Y hasta reggae.

Presentación del libro en El Apeaderu (Arriondas). FOTO JAVI PEDRACES
De todas las bandas documentadas en Abriendo camino, como bien reseñan sus autores, los riosellanos Corquieu son los más internacionales. Han realizado giras por toda Europa, participando en los festivales de música folk más prestigiosos del Viejo Continente. Curiosamente otro grupo de Ribadesella, Los Búhos, fue el primero de la comarca en cruzar la frontera de los Pirineos para actuar en otros países europeos, donde muchos años después también han ofrecido conciertos otras formaciones como Mala Reputación, Cuerria o Niundes. En el horizonte nacional sonaron grupos como Neurotics, Desorden, Papadukas Gang, A. I. Band, o Depredador. Y en la actualidad lo siguen haciendo Corquieu y, sobre todo, Mala Reputación, con sucesivos y frecuentes conciertos fuera de Asturias. El tirón de la banda canguesa ha quedado demostrado con su último vídeo: Fuego. En apenas una semana tuvo más de 10.000 reproducciones en Youtube.
Más allá de un sinfín de bandas, los autores del trabajo también se han preocupado de dar cuenta de aquellos locales de la comarca que ofrecieron actuaciones en directo, promocionando así a los grupos autóctonos y otros muchos más de Asturias. Además se incluyen referencias sobre eventos musicales míticos como la Nuechi Celta de Corao, los estudios de grabación y las asociaciones culturales que han existido en el Oriente o la publicación de fanzines, entre ellos La maqueta, El Tayuelu, Felechos y Cotolles o La Jueya.

Javi Pedraces, con su libro en El Apeaderu. FOTO: J. CASO
 
Uno de los capítulos del libro recoge la discografía publicada por algunos de los grupos de la comarca, así como un listado de las grabaciones y un apartado bibliográfico. No queda más que dar la bienvenida a este trabajo que, como no podía ser de otra manera, ha recibido todo tipo de halagos por parte de los músicos de la comarca oriental. La mayoría de ellos fueron entrevistados por los autores durante el trabajo de campo que desarrollaron antes de publicar Abriendo camino. La publicación, un puzzle que Pedraces y Corredera completaron a partir de todas esas aportaciones y de su labor investigadora, es de consulta obligada para quien desee empaparse de la historia musical más reciente, y rockera, de esta comarca.



El horru de Moisés

El último hórreo beyusco de Biamón se muere

Vista general del horru de Moisés desde el lateral que se encuentra más deteriorado. FOTO: J. CASO

 Por Javier G. Caso
En Biamón ya solo jumea una chimenea, la de la única casa que aún sigue habitada. La de Mariano Hortal y su padre Lolo, de 93 años. El resto de lo que hasta hace décadas era una aldea de Los Beyos llena de vida y con varias familias numerosas, es una verdadera ruina. Un paisaje cuasi apocalíptico, más si cabe después del enorme argayu que se vino encima del pueblo hace unos años. Apenas hay casas en pie. La mayoría de ellas están sin cubierta, con sus muros al aire, convertidas en una especie de esqueletos de piedra de los que asoman, a modo de brazos que imploran auxilio, lo que en su día fueron las vigas que sostenían sus tejados.

Vista de Biamón. FOTO: J. CASO


 
En aquel Biamón habitado criaron Moisés y su esposa Lucía a una quincena de fios. Era Moisés un paisano de esos curiosos a la hora de trabajar la madera. En el portal de la que fue su casa aún se conserva su banco de madreñeru. Además tocaba la gaita. Y, si se terciaba, ejercía como improvisado escultor. O lo hizo. Al menos una vez. Fue allá por 1976 cuando, antes de dejar su aldea, Moisés López Rivero decidió labrar sus iniciales y una fecha a modo de despedida. Lo hizo en una roca natural que asoma pegada a la muria de una cuadra. Junto a su casa. Frente por frente del que fue su hórreo: el horru de Moisés.

Inscripción de Moises. FOTO: J.C

 
Quizá para lo contemplara esculpió también una cara, quien sabe si su autorretrato. Un rostro que mira en dirección al hórreo. Al suyo. Al que tanto quiso y al que tantos cuidados y mimos le dedicó: le reforzó sus esquinales. Además, y con tanta prole, el horru acabó por convertirse en una habitación más de un domicilio familiar en el que no cabían. Y para que los rapaces no pasaran frío, Moisés colocó unos listones de arriba a abajo entre colondra y colondra.


Vista de uno de los frentes del horru de Moisés. FOTO: J. CASO
  Construido en el siglo XIX, según el censo redactado en 2013 por el etnógrafo Ástur Paredes, era el de Moisés uno de esos hórreos con cubierta a dos aguas, de los de estilo beyusco.  Uno de los cinco que llegaron a existir en Biamón, aldea del concejo de Ponga. Y el de Moisés es el único que sigue en pie, por decirlo de alguna manera. Realmente está herido de muerte. Aguanta a duras penas, entornau y renqueante como un boxeador sonado a quien le acaban de propinar y guantazo digno de un K. O. Sigue en pie, pero será difícil que lo haga para cuando llegue la próxima primavera. Parte de la cubierta se vino abajo y casi todo el piso se ha hundido. Además, por si fuera poco, uno de sus laterales ya se ha ido al garete también. Ya no existe. 

El hórreo de Moisés, en estado de ruina casi total: FOTO: J. CASO
 
A la vista de este panorama desolador, habrá que volver la mirada y fijarse mejor en el rostro pétreo esculpido por Moisés. Tengo para mí que, en su momento, en la boca tallada, aunque toscamente, se dibujaba una sonrisa, un rictus que ha mudado por completo hasta asemejarse más al de una boca que emite un grito de dolor y desconsuelo ante ese hórreo moribundo que nada tiene que ver con aquel que cuidó Moisés y que además, es el único elemento etnográfico existente en la que fue su aldea.

El rostro pétreo que esculpió Moisés. FOTO: J. C


domingo, 24 de enero de 2016

¡Hasta siempre, Toñito!

¡Hasta siempre, Toñito!


Antonio Martínez Marqués, Toñito, paseando con Mundo por la Avenida de Covadonga, hace unos años. FOTO: J. CASO  
POR JAVIER G. CASO

 
Murió Toñito. La noticia corrió como la pólvora por Cangues a lo largo de toda la mañana de este pasado domingo 17 de enero, festividad de San Antón Abad. A la sorpresa y la incredulidad iniciales por una muerte inesperada, sucedió la pena; un sentimiento que compartimos la mayor parte de los cangueses, sobre todo sus amigos. Pero también los que, sin ser íntimos, lo conocimos, tratamos y apreciamos. Ya desde críos. Compartimos un curso en las antiguas escuelas del desaparecido Colegio Vázquez de Mella. En 7º u 8º de EGB. No lo sé con exactitud. Sí recuerdo que en aquella clase, Antonio Martínez Marqués, a quien siempre conocimos como Toñito, era de los que tenía mando en plaza. Imponía, pero siempre supo ganarse el cariño de los que fuimos sus compañeros. Más adelante fuimos creciendo y manteniendo relación, compartiendo amistad y colegas. Con Toñito había feeling y eso se notaba.

De carácter aparentemente bronco, pero sólo en apariencia, porque en el fondo era un cachu pan, por lo general Toñito siempre saludaba a la brava, cuando no con algún bocinazu con aquella vozona suya. Sin embargo esa supuesta hosquedad distaba mucho de la realidad. No era tal ni mucho menos. Lo saben bien los que fueron sus colegas, una amistad que algunos fraguaron en el antiguo Campo de fútbol de Santa Cruz donde compartieron con él entrenamientos y partidos en los equipos de las categorías inferiores del Cánicas.

Hacia el año 2001 Toñito decidió dar un giro a su vida. Y, ni corto ni perezoso, se fue a trabajar al Principado de Andorra, cambiando Cangues, en las estribaciones de los Picos de Europa, por Andorra la Vella, a 1.123 metros de altitud, en pleno corazón de los Pirineos. Desde entonces apenas si nos veíamos una vez al año. En ese momento nunca faltó su saludo cordial, eso sí acompañado de alguna broma. Toñito, que cumplió 51 años el pasado 1 de enero, visitaba Cangues al principio del verano, casi siempre coincidiendo con las fiestas de San Antoniu, su tocayu; al que como todos los de Cangues d´Arriba profesaba una especial devoción.

Imposible olvidarse de sus años de portero de Galaxia, una tarea que ejercía con autoridad. Le gustaba hacer bien su trabajo y aunque los que lo conocíamos nunca teníamos problemas con él, Toñito disfrutaba haciéndonos sufrir un poco antes de, finalmente, dejarnos enfilar escaleras abajo y entrar en la discoteca. Eso a los rapaces. Las mozas, con él, aunque las entretenía un ratín a la altura de la taquilla, lo tenían mucho más fácil para pasar. La última vez que nos vimos debió ser por junio, creo que por el Peñalver, uno de los bares en los que solía parar. O Los Arcos, dónde también trabajó. Como siempre, compartimos charla y amigos.

Me hubiera gustado haberlo visitado en Andorra dónde, sé de buena tinta, ejerció de perfecto anfitrión de aquellos amigos que, desde Cangas de Onís, se animaron a viajar hasta allí para verlo. Sus colegas, además, conocieron a los grandes amigos que hizo por aquellas tierras pirenaicas y que se convirtieron en su familia de Andorra; una gente que, aseguran, le profesaron un cariño digno de admirar. Todo ello demuestra que supo hacer amigos allí por donde pasó. Era buena gente. Como dejó escrito Chusón Quesada en facebook nada más enterarse de su fallecimiento: ¡Hasta siempre Toñito! Y cuando llegue San Antoniu, miraremos al cielo desde el robledal para recordarte el día de tu santu.