“El
rojo color de la memoria” ( ediciones Trea) se mueve entre la autobiografía y la
crónica de Asturias durante la dictadura franquista
Portada del libro de Lorenzo Cordero, editado por Trea. FOTO: JAVIER CASO |
Por Javier G. Caso
Lo de
maestro de periodistas es algo tan manido que lo más fácil es que no
le guste que lo llamen así. Sin embargo son muchas las enseñanzas
que, para cualquiera que ejerza este oficio, están recogidas entre
las páginas de El rojo color de la memoria ( Ediciones Trea),
libro del que es autor Lorenzo Cordero Rosete ( Ribadesella, 1927).
Hablamos de una obra que contiene los 51 artículos que, en forma de
serie y con el mismo título, publicó cada domingo entre marzo de
1994 y 1995 en las páginas de La Voz de Asturias, periódico en el
que Cordero entró a trabajar en 1965, del que llegó a ser director,
y en el que escribió hasta su cierre en abril de 2012, triste final
para una cabecera que estaba a punto de cumplir los 90 años.
El periodista riosellano en el despacho de su domicilio de Oviedo en abril de 2012. FOTO: J. CASO. |
Tal y
como afirma en el prólogo del libro el profesor de Historia de la
Universidad de Oviedo, Francisco Erice, no resulta fácil encuadrar o
clasificar El rojo color de la memoria en un determinado género. Hay
mucho de autobiográfico, pero a la par tiene muchísimo de crónica
de la historia de Asturias a lo largo de los cuarenta años que duró
la dictadura franquista, un relato en el que Lorenzo Cordero va
dejando, a modo de pequeñas piedras o migas de pan que marcan un
camino, sus principios personales, así como sus opiniones acerca de
cómo se debe ejercer el periodismo. Pero no lo hace a modo de
lección, es mucho más simple. El veterano periodista riosellano da
cuenta, y nos cuenta, cómo ejerció este oficio en una época tan
oscura y difícil para algunos periodistas, tal y como fue su caso, a
la par que cómoda para otros plumillas. También relata su propia
trayectoria personal, marcada por el fusilamiento de su padre en el
cementerio gijonés de Ceares en diciembre de 1937, un hecho que lo
convirtió en el hijo de un rojo, marcado en aquella España
franquista por las ideas políticas de un padre que había militado
de forma activa en el sindicato anarquista, la CNT. Cordero nos
cuenta que fue un niño al que otros increpaban por no asistir al
catecismo ni a misa y que apenas cinco horas de que ejecutaran a su
progenitor vio cómo sus verdugos intentaron humillar a su madre
mandándola a fregar el Casino riosellano. En su relato se describe
como un niño refugiado en la lectura y que creció entre libros, una
compañía que nunca le ha abandonado como puede comprobarse en una
visita a su domicilio. Buen estudiante Cordero tuve que enfrentarse a
la decisión del Ayuntamiento de Ribadesella de denegarle una beca
por motivos políticos para acceder al Bachillerato Superior. La
ayuda, sin embargo, la obtuvo después de la Diputación Provincial.
En cuanto a sus avatares políticos el periodista también describe
su paso por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid y su posterior
desembarco en La Voz de Asturias.
Una de las entregas publicadas en LVA. |
Otro de los capítulos. |
Especialmente
curiosas son sus referencias a ese periodismo de lenguaje críptico,
cuando no surrealista, que él mismo tuvo que practicar bajo
seudónimo para evitar las duras condiciones que el régimen
franquista imponía al ejercicio de la profesión periodística. De
eso iba la columna de Horacio de La Voz de Asturias con ejemplos como
aquella frase que, viniendo de Lorenzo Cordero, era toda una
declaración de principios: “ Yo escribo con la derecha, pero
sujeto la cuartilla con la izquierda”. O aquella otra recogida
también en su libro y que dice: “Yo, peatón. ¿Y usted?”.
Aquella frase, nos explica el periodista de Ribadesella “ trataba
de proclamar el izquierdismo del columnista: los peatones, por la
izquierda”. Y es que tal y como advierte Cordero, desde hace años
Cronista Oficial de Ribadesella, en la España de Franco un
periodista no tenía más que dos caminos: “ O te dedicabas a
incensar a los bonzos del sistema o camuflabas tu pensamiento entre
frases que, en una primera lectura, parecían tonterías pero, en una
segunda y, después, con el hábito adquirido, el lector leía entre
líneas la crítica que echaba de menos. Era un asunto de complicidad
clandestina. Frente a esta vía estaban los periodistas más cautos,
y que según Cordero, optaron por ejercer la autocensura. Esta
postura, a su juicio, es “la peor de las enfermedades que puede
adquirirse en un periódico”. En un epígrafe titulado
Posibilidades de la profesión, Lorenzo Cordero describe los
distintos tipos de periodistas con los que se topó durante aquellos
años: los que ejercieron el riesgo de la libertad de expresión, los
que optaron por un puesto tranquilo o incluso aquellos que, según el
riosellano, “ se olvidaron de lo que son, profesionalmente, y
pasaron a ser funcionarios en la empresa privada, con sus influencias
a tope, o en un organismo oficial”. En su libro también ocasión
de hablar de la famosa ley de Prensa e Imprenta de 1966, más
conocida como la ley Fraga. Aquella norma, nos explica Cordero, lejos
de equivaler a la libertad de expresión, algo impensable bajo el
paraguas de una dictadura como la de Franco, serviría para liquidar
el método de la censura previa. Sin embargo añade que “ese
quehacer inquisitorial se trasladaba a los directores de los
diarios”. Se trataba pues, a juicio del veterano periodista de
Ribadesella, de una censura delegada, “pero censura al fin y al
cabo”. A este respecto Lorenzo Cordero alaba en su libro el papel
que jugó en La Voz de Asturias un director como José Díaz Jácome,
de quien dice que “demostró una inteligente permisividad a la vez
que procuraba poner freno, suavemente, a los más vehementes
muchachos que se impacientaban por practicar un periodismo cuyo
concepto básico fuera la democracia y no las Leyes Fundamentales del
Movimiento”. Por eso, añade, desde 1966 La Voz de Asturias
trataría de ir aproximándose, “ lo más cautamente posible”, al
periodismo democrático.
Lorenzo Cordero, con Alejandro Barrero, el pasado verano en Ribadesella. FOTO: J. CASO |
Tampoco
faltan en su libro referencias a los periodistas de “absoluta
confianza” del régimen, que no eran otros que los que escribían
las crónicas de las visitas que Franco cursaba a Asturias de vez en
cuando, entre otras cosas para pescar en el Sella o el Narcea. “La
adhesión incondicional alcanzaba en estos periodistas de la prensa
privada y de la oficial fervores apasionados y delirantes. Las
hemerotecas no mienten...” Frente a esa postura Cordero asegura que
seguía a lo suyo, ejerciendo de “francotirador oculto tras
eufemismos, frases crípticas, opiniones escritas entre líneas y
practicando el discurso del absurdo”. Así hasta que en diciembre
de 1970 sucedió algo por lo que el periodista riosellano acabó
siendo acusado ante el mismísimo Tribunal de Orden Público (TOP). Sucedió
cuando tras recibir un comentario alusivo al gravísimo estado de
salud de Franco, que algunos casi dieron por muerto en aquel momento,
en una columna de La Voz de Asturias titulada A diestro y siniestro,
y bajo un título que ponía Rumores apareció escrito aquello de
“Dicen que murió el raposu”. Y estalló el escándalo. Un gran
escándalo. De esta forma, según Cordero, “en Oviedo una absurda
frase tomada del rico folclore regional provocó una crisis de Estado
inspirada en el más puro estilo de las astracanadas teatrales de
Muñoz Seca”.
Cordero mira a la cámara mientras sujeta un ejemplar de La Voz de Asturias. FOTO: J. CASO |
Aquel
suceso movilizó hasta al mismísimo comisario Claudio Ramos, al que
Lorenzo Cordero describe como “el gran trampero del régimen en
Asturias” y como un verdadero “cazador de rojos”. Aquel policía
llegó incluso a afirmar por aquel entonces que había llegado la
hora de ajustar cuentas con aquel periodista de La Voz de Asturias al
que tildaba de “canalla rojo” en alusión a Cordero. “Hasta
ahora pudo salvarse gracias a su supuesta habilidad para no caer en
el delito. Pero ahora ya no tiene excusa. No se salvará como en
otras ocasiones. Lo tenemos cogido y bien cogido”, habría afirmado
aquel temido jefe de policía obsesionado con perseguir a los
comunistas. Tras aquel suceso, y además del proceso judicial que se
abrió contra él, Lorenzo Cordero también sufrió la desafección
hacia su persona de compañeros de redacción que le negaban el
saludo, tal y como relata en su libro, o que ya no gustaban de
tomarse un café con él. Mientras tanto el enojo del régimen era
más que evidente cuando hasta el ministro Alfredo Sánchez Bella, en
aquel momento titular de la cartera de Información y Turismo, llegó
a afirmar: “quiero la cabeza de ese Cordero”, mientras dejaba
claro que la solución era “o Lorenzo Cordero o La Voz de
Asturias”. Esas fueron las opciones que aquel ministro les dio a
los entonces director y editor del diario durante una entrevista que
mantuvo con ellos. Y claro, en esa situación, la cuerda terminó por
romperse por el lado mas débil. De esta forma Lorenzo Cordero fue
despedido de La Voz, si bien el periódico siguió pagándole el
sueldo que le era enviado todos los meses a su casa “en sobre y
mediante y recibo”, tal y como cuenta en su libro. Además tuvo que
presentarse ante el titular de un Juzgado de Oviedo tras ser alertado
por un compañero del periódico cuando nadie lo había citado de
manera oficial. De esta forma Lorenzo Cordero, según rememora en las
páginas de El rojo color de la memoria, acabó declarando delante de
un juez, si bien lo primero que éste le aclaró fue que todo era
cosa del entonces todopoderoso TOP, el Tribunal de Orden Público, al
que tendría que remitir su declaración.
De
aquellos años en los que no pudo ejercer su profesión, Cordero
asegura que pudo sentir lo que era verse convertido en una especie de
apestado social. En clara alusión al ambiente que entonces se
respiraba en Oviedo, “noté que la ciudad se abalanzaba sobre mí”,
mientras subraya que solo unos pocos amigos se mantuvieron a su lado.
Aquella historia, aquel despido que afectó y tuvo como protagonista
al periodista que “osó matar a Franco”, se prolongó durante
cinco largos años. Según sostiene en su libro Lorenzo Cordero tiene
claro que aquella famosa frase de “dicen que murió el raposu” no
fue más que la excusa que algunos llevaban tiempo aguardando, “un
pretexto utilizado por algunos para ponerme un bozal y emplomarme la
pluma por otras cosas. Por reivindicar el derecho a ser uno mismo en
un régimen que solo supo anular al otro”. Pero pese a todo, y con
la complicidad de los responsables de La Voz de Asturias, Cordero
pudo seguir escribiendo, eso sí, con más de una veintena de
seudónimos. Seis años después del incidente, uno más desde la
muerte de Franco, “cuando le concedieron a mi nombre la libertad”,
Lorenzo Cordero pudo recuperar su firma y dejó de ser un periodista
clandestino. A partir de ahí, y ya durante la etapa de la llamada
Transición, el periodista subraya el papel jugado por La Voz de
Asturias y destaca las actividades organizadas por este diario entre
los años 1977 y 1980. Todas ellas, asegura, encaminadas a ofrecer
una información política desde la libertad profesional. “Aquellas
cenas de La Voz de Asturias- como eran conocidos aquellos eventos que
fueron una serie de encuentros con los políticos que concurrían a
las primeras elecciones de la democracia- fueron escuelas de
democracia y foro para la inteligencia”, rememora Lorenzo Cordero.
En el
último capitulo del libro, titulado Confesiones de parte, aparece un
autorretrato del periodista riosellano. Cordero alude a los
sentimientos que, entiende, mejor definen su carácter: el pesimismo
y el escepticismo. Y alude a ambos cuando al hablar de la Transición
y de su significado asegura que no fue otra cosa que “una reforma
del régimen franquista”. A este respecto no duda en añadir que la
Transición política española “embalsamó la democracia orgánica,
pero no la sustituyó por la democracia de las libertades; una
democracia por la que muchos han suspirado y que, seguramente, habría
llegado si en vez de por transición hubiesen optado por ruptura”,
señaló Lorenzo Cordero con ese sentido crítico que lo caracteriza
y que emana directamente de esas dos “coordenadas”, pesimismo y
escepticismo, las cuáles advierte “no me condicionan, sino que
inspiran mi personal entendimiento de la vida”. En definitiva la
lectura de El rojo color de la memoria nos permite acercarnos tanto
al personaje y a su trayectoria periodística, así como percibir el
férreo control que el franquismo ejerció sobre los medios de
comunicación y del que algunos periodistas como Lorenzo Cordero
trataron de librarse como pudieron.