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martes, 2 de diciembre de 2014

De la lectura del último libro de Lorenzo Cordero

“El rojo color de la memoria” ( ediciones Trea) se mueve entre la autobiografía y la crónica de Asturias durante la dictadura franquista

Portada del libro de Lorenzo Cordero, editado por Trea. FOTO: JAVIER CASO
 Por Javier G. Caso

 
Lo de maestro de periodistas es algo tan manido que lo más fácil es que no le guste que lo llamen así. Sin embargo son muchas las enseñanzas que, para cualquiera que ejerza este oficio, están recogidas entre las páginas de El rojo color de la memoria ( Ediciones Trea), libro del que es autor Lorenzo Cordero Rosete ( Ribadesella, 1927). Hablamos de una obra que contiene los 51 artículos que, en forma de serie y con el mismo título, publicó cada domingo entre marzo de 1994 y 1995 en las páginas de La Voz de Asturias, periódico en el que Cordero entró a trabajar en 1965, del que llegó a ser director, y en el que escribió hasta su cierre en abril de 2012, triste final para una cabecera que estaba a punto de cumplir los 90 años.

El periodista riosellano en el despacho de su domicilio de Oviedo en abril de 2012. FOTO: J. CASO.

 
Tal y como afirma en el prólogo del libro el profesor de Historia de la Universidad de Oviedo, Francisco Erice, no resulta fácil encuadrar o clasificar El rojo color de la memoria en un determinado género. Hay mucho de autobiográfico, pero a la par tiene muchísimo de crónica de la historia de Asturias a lo largo de los cuarenta años que duró la dictadura franquista, un relato en el que Lorenzo Cordero va dejando, a modo de pequeñas piedras o migas de pan que marcan un camino, sus principios personales, así como sus opiniones acerca de cómo se debe ejercer el periodismo. Pero no lo hace a modo de lección, es mucho más simple. El veterano periodista riosellano da cuenta, y nos cuenta, cómo ejerció este oficio en una época tan oscura y difícil para algunos periodistas, tal y como fue su caso, a la par que cómoda para otros plumillas. También relata su propia trayectoria personal, marcada por el fusilamiento de su padre en el cementerio gijonés de Ceares en diciembre de 1937, un hecho que lo convirtió en el hijo de un rojo, marcado en aquella España franquista por las ideas políticas de un padre que había militado de forma activa en el sindicato anarquista, la CNT. Cordero nos cuenta que fue un niño al que otros increpaban por no asistir al catecismo ni a misa y que apenas cinco horas de que ejecutaran a su progenitor vio cómo sus verdugos intentaron humillar a su madre mandándola a fregar el Casino riosellano. En su relato se describe como un niño refugiado en la lectura y que creció entre libros, una compañía que nunca le ha abandonado como puede comprobarse en una visita a su domicilio. Buen estudiante Cordero tuve que enfrentarse a la decisión del Ayuntamiento de Ribadesella de denegarle una beca por motivos políticos para acceder al Bachillerato Superior. La ayuda, sin embargo, la obtuvo después de la Diputación Provincial. En cuanto a sus avatares políticos el periodista también describe su paso por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid y su posterior desembarco en La Voz de Asturias.

Una de las entregas publicadas en LVA.
Otro de los capítulos.





















Especialmente curiosas son sus referencias a ese periodismo de lenguaje críptico, cuando no surrealista, que él mismo tuvo que practicar bajo seudónimo para evitar las duras condiciones que el régimen franquista imponía al ejercicio de la profesión periodística. De eso iba la columna de Horacio de La Voz de Asturias con ejemplos como aquella frase que, viniendo de Lorenzo Cordero, era toda una declaración de principios: “ Yo escribo con la derecha, pero sujeto la cuartilla con la izquierda”. O aquella otra recogida también en su libro y que dice: “Yo, peatón. ¿Y usted?”. Aquella frase, nos explica el periodista de Ribadesella “ trataba de proclamar el izquierdismo del columnista: los peatones, por la izquierda”. Y es que tal y como advierte Cordero, desde hace años Cronista Oficial de Ribadesella, en la España de Franco un periodista no tenía más que dos caminos: “ O te dedicabas a incensar a los bonzos del sistema o camuflabas tu pensamiento entre frases que, en una primera lectura, parecían tonterías pero, en una segunda y, después, con el hábito adquirido, el lector leía entre líneas la crítica que echaba de menos. Era un asunto de complicidad clandestina. Frente a esta vía estaban los periodistas más cautos, y que según Cordero, optaron por ejercer la autocensura. Esta postura, a su juicio, es “la peor de las enfermedades que puede adquirirse en un periódico”. En un epígrafe titulado Posibilidades de la profesión, Lorenzo Cordero describe los distintos tipos de periodistas con los que se topó durante aquellos años: los que ejercieron el riesgo de la libertad de expresión, los que optaron por un puesto tranquilo o incluso aquellos que, según el riosellano, “ se olvidaron de lo que son, profesionalmente, y pasaron a ser funcionarios en la empresa privada, con sus influencias a tope, o en un organismo oficial”. En su libro también ocasión de hablar de la famosa ley de Prensa e Imprenta de 1966, más conocida como la ley Fraga. Aquella norma, nos explica Cordero, lejos de equivaler a la libertad de expresión, algo impensable bajo el paraguas de una dictadura como la de Franco, serviría para liquidar el método de la censura previa. Sin embargo añade que “ese quehacer inquisitorial se trasladaba a los directores de los diarios”. Se trataba pues, a juicio del veterano periodista de Ribadesella, de una censura delegada, “pero censura al fin y al cabo”. A este respecto Lorenzo Cordero alaba en su libro el papel que jugó en La Voz de Asturias un director como José Díaz Jácome, de quien dice que “demostró una inteligente permisividad a la vez que procuraba poner freno, suavemente, a los más vehementes muchachos que se impacientaban por practicar un periodismo cuyo concepto básico fuera la democracia y no las Leyes Fundamentales del Movimiento”. Por eso, añade, desde 1966 La Voz de Asturias trataría de ir aproximándose, “ lo más cautamente posible”, al periodismo democrático.


Lorenzo Cordero, con Alejandro Barrero, el pasado verano en Ribadesella. FOTO: J. CASO


Tampoco faltan en su libro referencias a los periodistas de “absoluta confianza” del régimen, que no eran otros que los que escribían las crónicas de las visitas que Franco cursaba a Asturias de vez en cuando, entre otras cosas para pescar en el Sella o el Narcea. “La adhesión incondicional alcanzaba en estos periodistas de la prensa privada y de la oficial fervores apasionados y delirantes. Las hemerotecas no mienten...” Frente a esa postura Cordero asegura que seguía a lo suyo, ejerciendo de “francotirador oculto tras eufemismos, frases crípticas, opiniones escritas entre líneas y practicando el discurso del absurdo”. Así hasta que en diciembre de 1970 sucedió algo por lo que el periodista riosellano acabó siendo acusado ante el mismísimo Tribunal de Orden Público (TOP). Sucedió cuando tras recibir un comentario alusivo al gravísimo estado de salud de Franco, que algunos casi dieron por muerto en aquel momento, en una columna de La Voz de Asturias titulada A diestro y siniestro, y bajo un título que ponía Rumores apareció escrito aquello de “Dicen que murió el raposu”. Y estalló el escándalo. Un gran escándalo. De esta forma, según Cordero, “en Oviedo una absurda frase tomada del rico folclore regional provocó una crisis de Estado inspirada en el más puro estilo de las astracanadas teatrales de Muñoz Seca”. 

Cordero mira a la cámara mientras sujeta un ejemplar de La Voz de Asturias. FOTO: J. CASO
 
Aquel suceso movilizó hasta al mismísimo comisario Claudio Ramos, al que Lorenzo Cordero describe como “el gran trampero del régimen en Asturias” y como un verdadero “cazador de rojos”. Aquel policía llegó incluso a afirmar por aquel entonces que había llegado la hora de ajustar cuentas con aquel periodista de La Voz de Asturias al que tildaba de “canalla rojo” en alusión a Cordero. “Hasta ahora pudo salvarse gracias a su supuesta habilidad para no caer en el delito. Pero ahora ya no tiene excusa. No se salvará como en otras ocasiones. Lo tenemos cogido y bien cogido”, habría afirmado aquel temido jefe de policía obsesionado con perseguir a los comunistas. Tras aquel suceso, y además del proceso judicial que se abrió contra él, Lorenzo Cordero también sufrió la desafección hacia su persona de compañeros de redacción que le negaban el saludo, tal y como relata en su libro, o que ya no gustaban de tomarse un café con él. Mientras tanto el enojo del régimen era más que evidente cuando hasta el ministro Alfredo Sánchez Bella, en aquel momento titular de la cartera de Información y Turismo, llegó a afirmar: “quiero la cabeza de ese Cordero”, mientras dejaba claro que la solución era “o Lorenzo Cordero o La Voz de Asturias”. Esas fueron las opciones que aquel ministro les dio a los entonces director y editor del diario durante una entrevista que mantuvo con ellos. Y claro, en esa situación, la cuerda terminó por romperse por el lado mas débil. De esta forma Lorenzo Cordero fue despedido de La Voz, si bien el periódico siguió pagándole el sueldo que le era enviado todos los meses a su casa “en sobre y mediante y recibo”, tal y como cuenta en su libro. Además tuvo que presentarse ante el titular de un Juzgado de Oviedo tras ser alertado por un compañero del periódico cuando nadie lo había citado de manera oficial. De esta forma Lorenzo Cordero, según rememora en las páginas de El rojo color de la memoria, acabó declarando delante de un juez, si bien lo primero que éste le aclaró fue que todo era cosa del entonces todopoderoso TOP, el Tribunal de Orden Público, al que tendría que remitir su declaración.

De aquellos años en los que no pudo ejercer su profesión, Cordero asegura que pudo sentir lo que era verse convertido en una especie de apestado social. En clara alusión al ambiente que entonces se respiraba en Oviedo, “noté que la ciudad se abalanzaba sobre mí”, mientras subraya que solo unos pocos amigos se mantuvieron a su lado. Aquella historia, aquel despido que afectó y tuvo como protagonista al periodista que “osó matar a Franco”, se prolongó durante cinco largos años. Según sostiene en su libro Lorenzo Cordero tiene claro que aquella famosa frase de “dicen que murió el raposu” no fue más que la excusa que algunos llevaban tiempo aguardando, “un pretexto utilizado por algunos para ponerme un bozal y emplomarme la pluma por otras cosas. Por reivindicar el derecho a ser uno mismo en un régimen que solo supo anular al otro”. Pero pese a todo, y con la complicidad de los responsables de La Voz de Asturias, Cordero pudo seguir escribiendo, eso sí, con más de una veintena de seudónimos. Seis años después del incidente, uno más desde la muerte de Franco, “cuando le concedieron a mi nombre la libertad”, Lorenzo Cordero pudo recuperar su firma y dejó de ser un periodista clandestino. A partir de ahí, y ya durante la etapa de la llamada Transición, el periodista subraya el papel jugado por La Voz de Asturias y destaca las actividades organizadas por este diario entre los años 1977 y 1980. Todas ellas, asegura, encaminadas a ofrecer una información política desde la libertad profesional. “Aquellas cenas de La Voz de Asturias- como eran conocidos aquellos eventos que fueron una serie de encuentros con los políticos que concurrían a las primeras elecciones de la democracia- fueron escuelas de democracia y foro para la inteligencia”, rememora Lorenzo Cordero.

En el último capitulo del libro, titulado Confesiones de parte, aparece un autorretrato del periodista riosellano. Cordero alude a los sentimientos que, entiende, mejor definen su carácter: el pesimismo y el escepticismo. Y alude a ambos cuando al hablar de la Transición y de su significado asegura que no fue otra cosa que “una reforma del régimen franquista”. A este respecto no duda en añadir que la Transición política española “embalsamó la democracia orgánica, pero no la sustituyó por la democracia de las libertades; una democracia por la que muchos han suspirado y que, seguramente, habría llegado si en vez de por transición hubiesen optado por ruptura”, señaló Lorenzo Cordero con ese sentido crítico que lo caracteriza y que emana directamente de esas dos “coordenadas”, pesimismo y escepticismo, las cuáles advierte “no me condicionan, sino que inspiran mi personal entendimiento de la vida”. En definitiva la lectura de El rojo color de la memoria nos permite acercarnos tanto al personaje y a su trayectoria periodística, así como percibir el férreo control que el franquismo ejerció sobre los medios de comunicación y del que algunos periodistas como Lorenzo Cordero trataron de librarse como pudieron.

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