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miércoles, 23 de diciembre de 2020

Otru premiu pa Xabiero Cayarga

L´escritor cangués, afincáu n' Alemaña, gana'l Teodoro Cuesta de Poesía n´asturianu


L´escritor cangués Xabiero Cayarga Rodríguez. Semeya: J. G. CASO


Uviéu, 22 d'Avientu del 2020

JAVIER G. CASO

 

Unu nun escribe n´asturianu davezu, pero güei tenía de facelo. Asina que seyan indulxentes. Y fáigolo pa falar d´un amigu, l' escritor Xabiero Cayarga, que ta acabante de ganar el premiu Teodoro Cuesta de Poesía na so 29 edición, un gallardón que concede l´Ayuntamientu de Mieres del Camín. L´escritor de Cangues d´Onís llevó'l premiu con Mazanes d´Iviernu, la obra cola que se presentó y que competía con otres ventiséis.

Dáse-y bien el Teodoro Cuesta a Xabiero Cayarga. Ya lu ganó n' otres dos ocasiones: nel añu 2000 con Pequeña Europa y nel 2010 con La ñeve del cuquiellu. Falamos d´un premiu de prestixu. A pocu qu' escluquemos na so nómina de premiaos atopamos los meyores escritores en llingua asturiana: Berta Piñán, la actual conseyera de Cultura, ganólu na so primer edición. Amás de Piñán tamién lu conquistaren Xuan Bello, Antón García, Esther Prieto, Marta Mori, Vanessa Gutiérrez, Ánxel Nava, Pablo Texón y dalgún más.

Por supuestu Cayarga ye ún de los meyores escritores n'asturianu. Premios tien munchos. Amás del yá mentáu Teodoro Cuesta, delles obres del cangués, mesmo en narrativa qu'en teatru, merecieron dellos gallardones. Premios aparte, lo de Xabiero Cayarga y la llingua asturiana tien munchu méritu. Asina-y lo fici saber nel momentu de felicitalu va unos díes. El mio amigu vive n´Alemaña dende yá va munchos años. Fala l'alemán y tamién manexa' l castellán, idioma del que da clases, pero escribe na so llingua materna: l´asturianu. Asina caltién bien vivu'l vínculu y la conexón cola so Tierra. Y eso hai que valoralo. 

Xabiero ta lloñe, bien lloñe d´Asturies. Y demientres equí hai xente que desprecia la nuesa llingua, otros como Cayarga cuídenla con ciñu pa que nun desapaeza. Y hai qu' agradeceilo tantu a elli, como a tola xente qu' usa l´asturianu.

Nota: Testu correxíu y ameyoráu pola la periodista Cristina Corte



sábado, 19 de diciembre de 2020

De la lectura de Carboneras

 La periodista y escritora Aitana Castaño y el dibujante Alfonso Zapico regresan con un nuevo libro que nos acerca a la realidad de las cuencas mineras asturianas en los años 60 del siglo pasado


Portada del libro editado por Pez de Plata. FOTO: J. G. CASO

Por JAVIER G. CASO:

El tándem cuenquil que integran la periodista y escritora Aitana Castaño y el dibujante e ilustrador Alfonso Zapico acaba de publicar Carboneras. Es, tras Los Niños de Humo, su segundo libro juntos; ambos con la editorial Pez de Plata. Tanto Castaño como Zapico son de la Cuenca del Nalón y su conocimiento, tanto de la realidad minera como de sus gentes, es algo que se percibe conforme uno va leyendo Carboneras. Es un libro que engancha desde la primera página hasta la última a través de diecisiete relatos. Cada relato funciona como una pequeña historia, en el sentido de que son cortas, de unas pocas páginas. Pero intensas. Y aunque pueden leerse de forma independiente, todas ellas están engarzadas como las cuentas de un collar y se suceden como si fueran los capítulos de una novela. Carboneras es un relato sociológico de las cuencas mineras allá por la década de los 60 del pasado siglo con un claro protagonismo femenino, encarnado por esas mujeres que se dedicaban a clasificar el carbón y que también, sí ellas también, sufrieron la durísima represión que el régimen franquista ejerció en esta zona de Asturias. Todo ello se percibe, precisamente, en el relato que da título al libro. Hay historias de represión, pero también de amor, de solidaridad, de dolor, unos sentimientos todos ellos que desfilan por las páginas de este libro en el que también aparecen personajes masculinos, eso sí, en papeles más o menos secundarios: el tendero, el cura obrero, el minero comunista, el fugau, el dueño de la empresa local de autobuses o el capitán de la Guardia Civil, un furibundo anticomunista. Más allá de la dureza de algunos relatos y de algunas de sus escenas, como esas carboneras a las que vejan en el cuartelillo de la Benemérita rapándoles la cabeza, en este libro también se aprecian, aunque sea de soslayo, buenos momentos marcados por la alegría de unas vidas que vuelven a reencontrarse muy lejos de Asturias tras años de forzada separación. O por el disfrute de unos pasteles, unos milhojas, capaces de hacer que una niña se olvide de lo malina que está de los pulmones. Al igual que Los niños de humo, Carboneras se lee de un tirón. En paralelo a los relatos escritos por Aitana Castaño, las ilustraciones de Alfonso Zapico describen distintas escenas, momentos, o detalles de cada historia y al final, cuando la lectura de esos relatos llega a su fin, a modo de álbum de fotos, cinco páginas llenas de dibujos nos cuentan cómo les fue a varios de los personajes de un libro que se desarrolla en Montecorvo del Camino, una localidad minera nacida de la imaginación de Zapico y que ya aparece en La Balada del Norte, su historia gráfica de la Revolución del 34. En Montocorvo y, más en concreto, en sitios como el pozu Revenga, las tolvas, la Zapatería GG, la iglesia de Santa Bárbara, el cuartelillo, el comercio Casa Cuco o el barrio de la Soledad, confluyen todas esas pequeñas grandes historias que se recogen en Carboneras y que también discurren, en parte, en otros lugares como Mieres, Oviedo o hasta la mismísima Buenos Aires.


sábado, 7 de noviembre de 2020

Cierra el Jardín

La primera floristería de Cangas de Onís echa el cierre tras cuarenta años de actividad comercial

El cartel del negocio sigue en su sitio. FOTO: J. G. CASO

Por Javier G. Caso

A lo largo de su historia, La ciudad de Cangas de Onís siempre ha tenido en el comercio la principal actividad económica. Así lo demuestra que la parte baja de la capital canguesa siempre se haya conocido como el Mercado de Cangas de Onís, ya que ahí se celebra desde tiempo inmemorial el tradicional mercado de los domingos.

Un comercio, el cangués, que como el de otras capitales de concejo o cabeceras de comarca, lleva años haciendo frente a una doble competencia: la de los grandes centros comerciales y la de otros gigantes de la distribución como Amazón. Pero si de algo puede presumir el comercio local es de su proximidad, con unos titulares que, con el paso de los años, más allá de su orientación hacia el turismo en muchos casos, se saben de memoria los gustos y preferencias de sus clientes, que no son otros que sus vecinos. Que se lo digan a las hermanas Iglesias, a Carmen y a Maripi, quienes acaban de cerrar su negocio: la floristería El Jardín, un negocio ubicado en los bajos del edificio Pelayo, el rascacielos de la capital canguesa. Tras 40 años desde la apertura de su negocio, Carmen y Maripi se jubilan y con ellas echa el cierre la primera floristería que existió en Cangas de Onís aunque sus orígenes hay que ubicarlos en la capital de la Unión Europea. Como muchos otros vecinos del concejo, sus padres emigraron a Bélgica. Y con ellos Carmen y Maripi, que habían nacido en Intriago. Crecieron en Bruselas hasta que con 21 y 24 años, respectivamente, tras finalizar sus estudios de contabilidad, decidieron regresar a Cangas de Onís y montar su negocio: una floristería. Y eso que las dos tenían trabajo en la capital belga. Allí vivía también el propietario del local que finalmente alquilaron para abrir su negocio en pleno centro de Cangas de Onís.

En Bruselas habían hecho algún curso de Ikebana, el arte japonés del arreglo floral. Estos fueron sus inicios como floristas antes de venirse para Cangas de Onís. “Aquí no había nada parecido. Solo estaba Carmen la maconera, que se dedicaba a hacer ramos de novias y que nos ayudó mucho”, explica Carmen respecto a los inicios del negocio que, tal y como señala su hermana, no fueron nada fáciles. “No había costumbre de regalar flores más allá de las de los entierros”, apostilla Maripi. En un caso como el suyo, y como ha sucedido en muchas familias de emigrantes, lo habitual es que los jóvenes se queden a trabajar en el extranjero y que sean los padres los que regresen primero. Pero el espíritu emprendedor de las hermanas Iglesias las hizo venir a ellas por delante. Siendo como era unas veinteañeras, desde luego fueron unas valientes. Poco a poco fueron haciendo clientes y cogiendo encargos, en muchos casos de la multiud de bodas que hace cuarenta años se hacían en el santuario de Covadonga. La cifra, reconocen, fue cayendo hasta la actualidad tanto por las restricciones que se fueron imponiendo en Covadonga como por la propia caída en picado de las bodas religiosas. Lo de decorar las iglesias para las bodas siempre fue el trabajo que más les gustó ya que les permitía dar rienda suelta a su creatividad en el arte floral. Tampoco faltaron clientes como los que se acercaban por El Jardín el día de los enamorados o cuando tocaba el cumpleaños de su novia o de su mujer. “Muches veces ya no hace falta ni que ti digan lo que quieren. Entran y ti dicen: prepárame lo miu”, comentaba Carmen poco antes de bajar la persiana definitivamente a su floristería, unos días en los que estuvieron de liquidación. Ni siquiera esperaron a Todos los Santos. Y eso que es una celebración de esas que para las floristerías supone unos ingresos muy importantes, los mejores del año. Pero a Carmen y a Maripi les ha llegado ya la hora de la jubilación y bien se merecen descansar de todo el jaleo que todos los años tenían por Todos los Santos. A modo de apunte final, hay que recordar que, además de los 40 años de la floristería El Jardín en Cangas de Onís, durante 17 años regentaron otra floristería en Arriondas, por supuesto con el mismo nombre. Tampoco podríamos terminar este artículo sin recordar al fallecido marido de Carmen, Arturo, quien junto a ellas dos también atendió un negocio que, hasta su cierre, formó parte de la red internacional de floristerías Interflora. Desde que se supo del cierre de El Jardín, en las redes sociales y por supuesto en la misma tienda, Carmen y Maripi no dejaron de recibir mensajes de cariño por parte de vecinos, amigos y clientes. Desde luego las echaremos de menos en la vida comercial canguesa más allá de que haya más negocios dedicados a la venta de flores y plantas; un sector en el que las hermanas Iglesias Fanjul fueron pioneras en la ciudad de Cangas de Onís.




https://www.rtpa.es/noticias-asturias:La-floristeria-El-Jardin-de-Cangues-d'Onis-cierra-sus-puertas_111602431331.html


domingo, 11 de octubre de 2020

Se nos fue Uca Mallén

 

Uca, entre Marga y Celsín, en un día grande San Antoniu. Foto cedida por M. Cimentada


Una canguesa siempre dispuesta a colaborar con les fiestes de San Antoniu


Cangas de Onís, 9 de octubre de 2020

Por Javier G. Caso


Iniciamos esta semana con el fallecimiento de otra persona conocida y apreciada: Matilde Mallén Herrero, a la que todos conocimos como Uca Mallén. Su figura ya fue recordada días atrás en la prensa escrita regional con sendos artículos de Guillermo Fernández Buergo en las páginas de El Comercio y de J. M. Carbajal en La Nueva España. Ambos la conocían bien. En el caso de Guillermo fue compañero de Uca en la redacción del desaparecido semanario llanisco El Oriente de Asturias.

¡Qué decir de Uca! La conozco desde críu, de cuando ella venía desde Llanes a visitar a sus tías, Eloísa y Josefina Herrero, mis vecinas de edificio en el entonces número 1 de la calle del Hotel, la actual calle Bernabé Pendás de Cangas de Onís.

Nosotros vivíamos en el tercer piso y las hermanas Herrero, les ties de Uca, justo debajo, en el segundo cuyas ventanas, como las nuestras, daban a la parte de atrás del ayuntamiento. Con Eloísa y Josefina pasaban temporadas los padres de Uca, Pilar y José María, su hermana Tere y su hermano Jose Mari, químico y que venía desde Francia a donde emigró siendo muy joven. Aunque llevaba más de medio siglo viviendo en Llanes donde se había casado, Uca era y se sentía muy, pero que muy canguesa, concejo en el que había nacido en 1936, en plena Guerra Civil. Uca venía por Cangas cuando podía; cuando la traían en coche algunos amigos o sus hijas, Varenka y Alejandra. Eran siempre visitas más cortas de lo que a ella le hubieran gustado. Para Uca era obligado, sobre todo, visitar el cementeriu de Cangues d´Arriba y la capilla de San Antoniu por el que sentía mucha devoción. Uca ejemplificaba a esos cangueses que, viviendo fuera, casi siempre venía por Cangues el día grande de San Antoniu. Y si por trabajo no podía ser por la mañana, para asistir a misa y a la procesión, entonces venía por la tarde a hacerle una visitina a su “San Antonín del alma” como ella le llamaba.

Uca, que fue correctora de textos del semanario llanisco El Oriente de Asturias, en el que además escribió durante años la sección El rincón femenino, era colaboradora asidua de la revista de San Antoniu. Casi siempre firmaba sus artículos como Ana Sierra de la Pedrera, su seudónimo. En sus textos conversaba de tú a tú con San Antoniu. Unas veces le agradecía al santo sus favores, mientras que otras le recriminaba que no le hiciera caso. Además, y en confianza, también le hacía mención a su fama de ser un santu peseteru a la hora de conceder alguna gracia. Y en medio de esas conversaciones, Ana Sierra de la Pedrera nos iba informando de todas las cosas que habían sucedido por Cangas de Onís a lo largo del año previo a las fiestas: obras, fallecimientos, la vida política local, recuerdos de antaño... Son las suyas unas crónicas de lo más interesantes y que también nos permiten recordar rincones y edificios cangueses, así como personajes locales que ya no están entre nosotros como Evaristo el barrenderu. Uca casi siempre se refiere al río Güeña como el ríu Chicu de Cangues, en contraposición con el Sella, un topónimo local que ahora apenas se usa, al menos entre los más jóvenes.

Muchas de las anécdotas e historias canguesas que Uca recogía en sus artículos se las había contado su tía Eloísa, una mujer que era muy graciosa. Hace unos días cuando supe de su fallecimiento, comenté en las redes sociales que, con su muerte, nos habíamos quedado sin una gran pregonera de San Antoniu. Sin embargo, nuestra amiga común Marga Cimentada, me sacó del error enseguida al recordarme que Uca Mallén sí había sido pregonera de nuestras fiestas patronales. De hecho leyó su pregón en 1994 desde el mismísimo balcón del ayuntamiento. Habrá que buscarlo porque tuvo que ser un discurso magnífico. También me recordaba Marga, quien durante muchos años formó parte de la comisión organizadora de la fiestas de San Antoniu, lo mucho que había que bregar con Uca todos los años hasta conseguir convencerla de que les mandara su artículo para la revista, de hecho hubo ocasiones, siempre por cuestiones personales que la desanimaban, que no lo publicó. Luego cuando, al año siguiente, enviaba su texto, siempre disculpaba su ausencia con esa gracia que la caracterizaba. Uca era muy buena gente. Educada, saludadora, gran conversadora y, como ya he dicho, una canguesa de pura cepa. No hay más que ver como terminaba el artículo que escribió para el libro de las fiestas de San Antonio en 1994: “...Y aunque no mi hagas casu, seguiré pidiéndoti esto y lo otro, pero sobre tou, que protejas a esti Cangas de mi alma que, a pesar de estar lejos, recórrolu todos los días con el pensamientu y quiérolu cada vez más”. Hasta siempre, Uca. Y ten presente que cuando pasemos por la capillina de San Antoniu, vamos a acordanos muchu de ti.




jueves, 2 de abril de 2020

Adiós a un vecino de Onís

Recordando a Kiko Rojo



Kiko Rojo, en la cocina de su vivienda de Bobia Baxu, el pasado mes de octubre. FOTO: J. G. CASO

Por Javier G. Caso

En estos tiempos del coronavirus también se nos va gente aunque no sea a causa de esta pandemia. Así le sucedió a Kiko Rojo, “Kiko el cabraliegu”, vecino de Bobia Baxu, en Onís. Falleció de forma repentina poco después de haber regresado de dar un paseín, tal y como acostumbrada a diario al tratarse de una persona de lo más activa. Meses atrás tuvimos ocasión de entrevistarlo para el programa dedicado a Onís en Concejo a Concejo, de TPA. Kiko fue uno de los cinco onienses que protagonizaron una entrevista monográfica. A sus 86 años repasó sus años de pastor en el puertu desde que era niño, un oficio que lo hizo muy feliz más allá de los momentos duros que le tocaron vivir. Nos transmitió su pena por la situación actual del medio rural, por esos pueblos donde apenas hay ya vecinos y donde, en la mayoría de los casos, los que quedan son personas mayores ya jubiladas. Rememoró aquellos tiempos en los que había tantos pastores en el puertu que, en las majadas más pobladas como la de Vega Maor, la suya, tenían hasta bolera. “Había unas partidas como si fuera en Benia”, comentaba Kiko.
 Hace años este vecino de Bobia sobrevivió a un accidente que casi le costó la vida. De hecho estuvo a punto de morir desangrado. Llegó a sentir, me apuntó, que su vida se le iba como pasa con los fósforos y las cerillas cuando se van apagando. Pero salió de áquella. Y aunque tenía que moverse con la ayuda de muletas, Kiko se mantenía activo. Paseaba y, si se terciaba, hasta tiraba de guadaña. ¡Bueno era! Por lo demás no dejaba de acudir a ferias, mercados, fiestas y certámenes por toda la comarca, ya fuera en el certamen del Gamonéu en Benia, o en el del Cabrales, en Arenas. En el momento de de la entrega de premios, y mientras el público irrumpía en aplausos hacia los ganadores, Kiko hacía lo propio alzando sus muletas y haciéndolas chocar a modo de aplauso. Siempre recordaremos aquel “clac, clac, clac” inconfundible.




Kiko Rojo, al fondo en la fiesta del Segador.
Defensor del mundo rural y de la actividad ganadera a la que dedicó toda su vida, tampoco dejó de acudir a cuantas manifestaciones y concentraciones pudo. Así sucedió el 25 de agosto de 2018 cuando Kiko se unió a los ganaderos del oriente que protestaron contra los insoportables daños del lobo con una marcha a pie hasta Poncebos. Allí estaba Kiko, marchando en cabeza, por delante de la pancarta, apoyado en sus muletas que hacía sonar cuando otros tocaban los lloqueros. Así era Kiko, una persona a la que también le gustaba acudir a velatorios y entierros de amigos y conocidos de toda la comarca, como hizo el 23 de septiembre de 2018, cuando no dudó en plantarse en Bulnes para asistir al funeral de Guillermina Mier, a la que dedicó palabras de elogio cuando lo entrevistamos para TPA. Hoy, con toda la situación que nos está tocando vivir, y con las restricciones que nos impone el estado de alarma, a Kiko tan solo habrán podido despedirlo unos pocos de los suyos. Pero que sepan que, desde la distancia, mucha gente está con ellos en estos duros momentos. Esperemos que más pronto que tarde los pésames virtuales, que muchas personas les han trasladado a sus familiares a través de las redes sociales, puedan transformarse más adelante en esos abrazos que el confinamiento actual no permite. Otra muestra de cómo era Kiko, y para recordarlo con una sonrisa, me contaron que hace solo unos días aún tuvo ánimos para coger una escalera bastante larga, apoyarla en un horru y subirse en ella para cambiar unas tejas de la cubierta. Ese era Kiko, el cabraliegu. ¡Que en paz descanse!