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jueves, 29 de mayo de 2014

El Pontón y el Museo de la Siderurgia y la Minería de Sabero

El viaje desde Cangas de Onís por la N-625 permite disfrutar del paisaje del desfiladero de los Beyos y de un equipamiento museístico muy interesante tras un trayecto de apenas 2 horas

La carretera N-625, a la altura del Puente Angoyu, en el desfiladero de los Beyos. FOTO: J. CASO

Por Javier G. Caso


Los municipios ribereños del Sella, todos sin excepción, siempre han tenido en la carretera del Pontón su salida natural a la meseta. La N-625 es, sin duda alguna, una vía de comunicación estratégica para esta comarca del Oriente de Asturias, aunque en los últimos años no haya recibido la atención que se merece. El abandono es tal que el mal estado y el abandono que sufre ya casi nos parece hasta normal.


Pese a todo sigue siendo una de las carreteras de montaña más bellas de toda España, eso que ahora los más cursis denominan vías verdes; sobre todo en el tramo que discurre por los Beyos, el desfiladero del Alto Sella, bautizado en su día por el montañero y viajero francés Paul Labrouche, a finales del siglo XIX, como la “entalladura fantástica”.

Placa que recoge la cita de Paul Labrouche en la Huera. FOTO: J. CASO
 
De críos, tanto cuando íbamos a la escuela como al instituto, ya un poco más mayorinos, hicimos muchos viajes en autobús por aquella carretera tan maravillosa pero plagada de curvas que se retorcía y retorcía por los Beyos y que sólo disfrutaban los que no se mareaban. Los otros, los pobres, si tenían suerte antes de echar la pota, tenían tiempo a pedir la bolsa del mareo para vomitar que, por cierto: ¿Por qué siempre eran azules? Si aquellas excursiones de un día eran turismo, entonces quienes formábamos parte de aquellos grupos de escolares o del catecismo, entonces éramos turistas, palabra entonces desconocida para la mayoría de nosotros.

La carretera del Pontón, en los Beyos. FOTO: J. CASO


En los últimos años es en el verano cuando tengo alguna oportunidad de ir a León, o de regresar, por esta ruta. Siempre solo. Lo que para el resto de la familia es una tortura, para mí, circular por la carretera del Pontón resulta un inmenso placer, uno de esos viajes que siempre estoy dispuesto a realizar y en el que disfruto de verdad conduciendo. Pese a las curvas. Por muchas razones. Ya no es solo por los bellísimos y variados paisajes que se atraviesan. En apenas una hora pasamos del valle medio del Sella, en Cangas de Onís, de las vegas fluviales cada vez más estrechas de Amieva, a un desfiladero tan angosto como el los Beyos, también denominados Foz de Covarcil, un topónimo defendido por el cangués Gerardo López en su último libro. Y tras ese encajonamiento del Sella, ya en su parte alta, el paisaje se abre de nuevo en el valle de Sajambre donde se asientan pueblos como Ribota u Oseja.


Vista de Ribota. Al fondo la Pica Ten. FOTO: J. CASO

 A continuación la carretera serpentea a la vez que asciende, primero por una zona de praderías y luego de bosques, hasta llegar a lo más alto del Puerto del Pontón. Desde aquí no queda más que descender de forma cómoda hasta llegar a Riaño

Alto del Pontón, en la Nacional 625. FOTO: J. CASO

La ermita y la casería del Pontón, muy cerca del puerto. FOTO: J. CASO

Además este viaje ofrece la oportunidad de ponerse nostálgico al volante y evocar, por ejemplo, a aquel bellísimo pueblo, Riaño, que sucumbió en los 80 junto a otros más, bajo un pantano que se comió una parte importante de la Montaña Oriental leonesa. Una comarca, ésta, que aún no se ha recuperado de aquel trauma. Pues bien, entre los atractivos de esta comarca se encuentra un equipamiento museístico de los que merecen la pena de verdad. Se trata del Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León, ubicado en la antigua Ferrería de San Blas, en la localidad leonesa de Sabero, a poco más de hora y media de viaje de Cangas de Onís. Tuve el placer de visitarlo el pasado verano durante el mes de agosto en una parada de camino a Veguellina de Órbigo.

Vista de la nave central del museo de Sabero. FOTO: J. CASO


Más allá de sus contenidos museísticos, lo primero que impresiona nada más entrar es el propio edificio de la antigua ferrería, construido en ladrillo y piedra, allá por 1847 y que destaca por su estilo neogótico. Bajo sus enormes arcos apuntados y sus tres naves, la central y las dos laterales, se encuentran las distintas salas de un museo que incluye una maqueta a gran escala del valle de Sabero, una zona en la que las primeras prospecciones mineras se remontan a 1830, en la que actividad extractiva se prolongó durante 120 años y dónde aún se conservan restos de los cargaderos de los hornos de cock que allí funcionaron. En el museo pueden contemplarse varias reproducciones exactas de algunas de las máquinas que en su día funcionaron en la Ferrería de San Blas. Pensar que esos ingenios mecánicos llegaron desde Europa hasta este rincón perdido de la Montaña Oriental leonesa, a mediados del siglo XIX, en carros tirados por caballerías es algo que deja flipado a cualquiera que se pare a pensarlo. Sobre todo si tenemos en cuenta que, de aquella, la línea de ferrocarril entre La Robla y Bilbao, inaugurada en 1894, no estaba aún construida. 

Pozo minero abandonado, en el valle de Sabero. FOTO: J. CASO

La visita al museo permite, a su vez, revivir el esplendor de una comarca minera como la de Sabero. La presencia de varios castilletes de gran porte es lo único que nos hace intuir la importancia que en su día, y hasta los primeros años de la década de los noventa del pasado siglo, tuvo la minería del carbón en este lugar que merece muy mucho conocer y que se encuentra a tiro de piedra de Cangas de Onís y del Oriente de Asturias. En la vertiente Sur de la Cordillera Cantábrica. Anímense a visitarlo.

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