El viaje desde Cangas de Onís por la N-625 permite disfrutar del paisaje del desfiladero de los Beyos y de un equipamiento museístico muy interesante tras un trayecto de apenas 2 horas
La carretera N-625, a la altura del Puente Angoyu, en el desfiladero de los Beyos. FOTO: J. CASO |
Por
Javier G. Caso
Los
municipios ribereños del Sella, todos sin excepción, siempre han
tenido en la carretera del Pontón su salida natural a la meseta.
La N-625 es, sin duda alguna, una vía de comunicación estratégica
para esta comarca del Oriente de Asturias, aunque en los últimos
años no haya recibido la atención que se merece. El abandono es tal
que el mal estado y el abandono que sufre ya casi nos parece hasta
normal.
Pese a
todo sigue siendo una de las carreteras de montaña más bellas de
toda España, eso que ahora los más cursis denominan vías verdes;
sobre todo en el tramo que discurre por los Beyos, el desfiladero del
Alto Sella, bautizado en su día por el montañero y viajero francés
Paul Labrouche, a finales del siglo XIX, como la “entalladura
fantástica”.
Placa que recoge la cita de Paul Labrouche en la Huera. FOTO: J. CASO |
De críos,
tanto cuando íbamos a la escuela como al instituto, ya un poco más
mayorinos, hicimos muchos viajes en autobús por aquella carretera
tan maravillosa pero plagada de curvas que se retorcía y retorcía
por los Beyos y que sólo disfrutaban los que no se mareaban. Los
otros, los pobres, si tenían suerte antes de echar la pota, tenían
tiempo a pedir la bolsa del mareo para vomitar que, por cierto: ¿Por
qué siempre eran azules? Si aquellas excursiones de un día eran turismo, entonces quienes formábamos parte de aquellos grupos de
escolares o del catecismo, entonces éramos turistas, palabra
entonces desconocida para la mayoría de nosotros.
La carretera del Pontón, en los Beyos. FOTO: J. CASO |
En los
últimos años es en el verano cuando tengo alguna oportunidad de ir
a León, o de regresar, por esta ruta. Siempre solo. Lo que para el
resto de la familia es una tortura, para mí, circular por la
carretera del Pontón resulta un inmenso placer, uno de esos viajes
que siempre estoy dispuesto a realizar y en el que disfruto de verdad
conduciendo. Pese a las curvas. Por muchas razones. Ya no es solo por
los bellísimos y variados paisajes que se atraviesan. En apenas una
hora pasamos del valle medio del Sella, en Cangas de Onís, de las
vegas fluviales cada vez más estrechas de Amieva, a un desfiladero
tan angosto como el los Beyos, también denominados Foz de Covarcil,
un topónimo defendido por el cangués Gerardo López en su último
libro. Y tras ese encajonamiento del Sella, ya en su parte alta, el
paisaje se abre de nuevo en el valle de Sajambre donde se asientan
pueblos como Ribota u Oseja.
Vista de Ribota. Al fondo la Pica Ten. FOTO: J. CASO |
A continuación la carretera serpentea a
la vez que asciende, primero por una zona de praderías y luego de
bosques, hasta llegar a lo más alto del Puerto del Pontón. Desde
aquí no queda más que descender de forma cómoda hasta llegar a
Riaño.
Alto del Pontón, en la Nacional 625. FOTO: J. CASO |
La ermita y la casería del Pontón, muy cerca del puerto. FOTO: J. CASO |
Además
este viaje ofrece la oportunidad de ponerse nostálgico al volante y
evocar, por ejemplo, a aquel bellísimo pueblo, Riaño, que sucumbió
en los 80 junto a otros más, bajo un pantano que se comió una parte
importante de la Montaña Oriental leonesa. Una comarca, ésta, que
aún no se ha recuperado de aquel trauma. Pues bien, entre los
atractivos de esta comarca se encuentra un equipamiento museístico
de los que merecen la pena de verdad. Se trata del Museo de la
Siderurgia y la Minería de Castilla y León, ubicado en la antigua
Ferrería de San Blas, en la localidad leonesa de Sabero, a poco más
de hora y media de viaje de Cangas de Onís. Tuve el placer de
visitarlo el pasado verano durante el mes de agosto en una parada de
camino a Veguellina de Órbigo.
Vista de la nave central del museo de Sabero. FOTO: J. CASO |
Más
allá de sus contenidos museísticos, lo primero que impresiona nada
más entrar es el propio edificio de la antigua ferrería, construido
en ladrillo y piedra, allá por 1847 y que destaca por su estilo
neogótico. Bajo sus enormes arcos apuntados y sus tres naves, la
central y las dos laterales, se encuentran las distintas salas de un
museo que incluye una maqueta a gran escala del valle de Sabero, una
zona en la que las primeras prospecciones mineras se remontan a 1830,
en la que actividad extractiva se prolongó durante 120 años y dónde
aún se conservan restos de los cargaderos de los hornos de cock que
allí funcionaron. En el museo pueden contemplarse varias
reproducciones exactas de algunas de las máquinas que en su día
funcionaron en la Ferrería de San Blas. Pensar que esos ingenios
mecánicos llegaron desde Europa hasta este rincón perdido de la
Montaña Oriental leonesa, a mediados del siglo XIX, en carros
tirados por caballerías es algo que deja flipado a cualquiera que se
pare a pensarlo. Sobre todo si tenemos en cuenta que, de aquella, la
línea de ferrocarril entre La Robla y Bilbao, inaugurada en 1894, no
estaba aún construida.
Pozo minero abandonado, en el valle de Sabero. FOTO: J. CASO |
La visita
al museo permite, a su vez, revivir el esplendor de una comarca
minera como la de Sabero. La presencia de varios castilletes de gran
porte es lo único que nos hace intuir la importancia que en su día,
y hasta los primeros años de la década de los noventa del pasado
siglo, tuvo la minería del carbón en este lugar que merece muy
mucho conocer y que se encuentra a tiro de piedra de Cangas de Onís
y del Oriente de Asturias. En la vertiente Sur de la Cordillera
Cantábrica. Anímense a visitarlo.
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