UA-47047058-1

jueves, 24 de julio de 2014

El mural del pasadizo de El Censu

El artista cangués Omar López saca lustre a un rincón hasta ahora olvidado y abandonado de Cangas de Onís  y nos "sube" a un vagón del tranvía de Covadonga


La despedida de un viajero, con el tranvia parado ante el consistorio cangués. FOTO: JAVIER CASO 
Por JAVIER G. CASO

Algunos no supimos del dibujante cangués Omar López hasta que, hace unos meses, Sergio Núñez y Aniana Miranda, tomaron las riendas del Bar Alkama, ubicado en el cruce de La Pontiga, en el mismo lugar dónde hace años abría sus puertas la popular Covadonguina. Aquel dibujo que presidía el bar, y que vi por primera vez el día de la inauguración, llamaba la atención. Se trataba de una vista idealizada de la canguesa  calle del Mercado, llena de personajes de cómic. Y claro la pregunta era obligada. ¿Quien hizo esi dibuju tan chulo?.

La calle del Mercado, vista por Omar López. FOTO: BAR ALKAMA.

Así fue como recibí las primeras referencias acerca de de este joven ilustrador y dibujante cangués, que en la actualidad trabaja y reside en tierras valencianas dedicado a lo que mejor saber hacer: dibujar. En su caso, y por lo que me han dicho, dentro del mundo de los videojuegos. Algunos no lo conocíamos, pero me consta que en el Instituto Rey Pelayo, dónde estudió Bachillerato Artístico, sabían de sus dotes artísticas antes de que se trasladase a Oviedo donde cursó estudios en la Escuela de Arte. Pero por aquella pared del Alkama fueron pasando otros dibujos de Omar López, siempre con la calle del Mercado como tema central pero actualizándo su ilustración al momento que tocara. Así pudimos disfrutar de una estampa navideña allá por el mes de diciembre. Y hace nada, en junio, del paso de la procesión de San Antoniu por La Pontiga, caminu de Cangas de Arriba.

Estampa navideña de la calle del Mercado. FOTO: BAR ALKAMA


La procesión de San Antoniu, en La Pontiga. FOTO: BAR ALKAMA

Todo esto viene a cuento del último trabajo de Omar López en Cangas de Onís. A diferencia de las anteriores, se trata de una intervención en un espacio público al que ha transformado, de la mano de sus dibujos, en un lugar agradable cuando antes era más bien un lugar cutre pese a estar en pleno centro de la capital canguesa y ser bastante transitado. Hablamos del pasadizo que comunica la calle Celso Diego Somoano con el aparcamiento de El Censu.

Pasadizo de El Censu. FOTO: J. CASO
Antes de los dibujos el Ayuntamiento de Cangas de Onís instaló una barandilla e instaló unas bandas para evitar resbalones, amén de colocar nueva iluminación. A continuación, y de la mano de los dos murales dibujados por Omar e instalados a partir de varias piezas impresas, al viandante se le invita a subirse al interior de uno de los vagones del tranvía que unía Arriondas con Cangas de Onís y Covadonga y que funcionó durante el primer tercio del siglo XX. 


Viajeros despidiéndose y al fondo el andén y la estación de Cangas. FOTO: J. CASO

Viajeros a bordo ajenos a lo que ocurre fuera del vagón. FOTO: J. CASO


Zona del mural pendiente de rematar. FOTO: J. CASO


Así podemos contemplar la fachada del Ayuntamiento de Cangas de Onís o el andén y el edificio de la desaparecida estación de la capital canguesa. Del otro lado aparecen diversos paisajes menos reales y salidos de la imaginación del dibujante. Un sinfín de viajeros de todo tipo y edad ilustran ambos murales, pintados con bastante detalle y que, con arte y humor han devuelto la dignidad a este espacio público hasta ahora olvidado y bastante abandonado. Ahora lo de siempre. Confiar en que los cafres de siempre no se lo lleven por delante y en que, de una vez por todas, se coloque la puerta que falta y sin la que no podemos disfrutar de esta intervención artística al completo.

sábado, 19 de julio de 2014

Avalle da a conocer su pasado como pueblo de maconeros y cesteros

La localidad parraguesa sigue con su curso de cestería tradicional en el que participan 16 alumnos, de los que la mitad son mujeres

Sacramento García, Mentín, prepara leña mientras los palos están al fuego. FOTO: J. CASO
 Por Javier G. Caso

Aún no han comenzado a tejer sus propios cestos, pero los alumnos que asisten al taller de cestería tradicional que, desde el pasado 5 de julio, organiza todos los sábados la Asociacion Los Collacios de Avalle, ya empiezan a tomar contacto con los trabajos previos. Durante esta mañana los participantes, divididos en dos grupos se han dedicado a jender y a jorgar.

Mentín se prepara para abrir un palu. FOTO: J. CASO
Los alumnos miran cómo se saca una baniella. FOTO: J. C

Lo de jender o abrir los machicos o palos de avellanu de los que saldrán las tiras o banielles con las que se harán los cestos, llega tras haber puesto los palos al fuego para cocerlos y con mucho cuidado de que no lleguen a quemarlos. A partir de ahí llega el momento de abrirlo cuando aún están calientes. Rasera en mano, como mostró a sus alumnos Sacramento García, se dan unos cortes al palo por su parte superior antes de empezar a abrirlo en tiras. Dependiente del grosor del machico, un maconero curioso como Mentín puede sacar hasta catorce banielles. Y tras el maestro fueron los alumnos del curso los que se pusieron manos a la obra. Tanto ellos como éllas. Y es que la mitad de los asistentes son mujeres.

Los alumnos, en plena tarea de jender, vigilados por Mento. FOTO: J. CASO

 Por otra parte los alumnos más avezados, los que el sábado pasado ya demostraron que saben jender, comenzaron a trabajar en el banco de jorgar dirigidos por Eladio Abaría, el otro profesor de este curso de cestería tradicional. Allí pudimos ver a Ramón, Daniel y a Francisco rascar y rascar les banielles de cara a ponerse montar sus propios cestos una vez que se doten de todo el material necesario.
Eladio Abaría supervisa cómo sus alumnos jorgan les banielles. FOTO: J. CASO
 El curso puesto en marcha en Avalle aún se prolongará, sábado a sábado, hasta el próximo 25 de octubre. Y será en ese momento si los alumnos participantes han conseguido a aprender a hacer cestos según las enseñanzas de Mentín y de Eladio, los dos últimos cesteros de esta localidad parraguesa en la que, hace décadas, hasta una treintena de sus vecinos se dedicaron a esta actividad que fue un complemento económico fundamental para unas familias que la compaginaban con la ganadería y la agricultura. 


 

viernes, 11 de julio de 2014

Carnaval sobre ruedas

Cangas de Onís celebró la fiesta de San Cristóbal, patrón de los conductores

 

Quique Garro y Nancy, posan delante de su coche al que disfrazaron de Minnie. FOTO: J. CASO
Vista frontal del mismo automóvil. FOTO: J. CASO

 Por Javier G. Caso

Cangas de Onís celebró, y de qué manera, la fiesta de San Cristóbal. Hacía años que se conmemoraba en la capital canguesa la festividad del patrono de los conductores, que este año ha vuelto con renovados bríos. Más de una treintena de vehículos se concentraron este jueves en la plaza de Camila Beceña. La mayoría de ellos, engalanados, pero tampoco faltaron vehículos  clásicos que llamaron mucho la atención como un Mercedes Pagoda de 1970, un espectacular Chrysler Saratoga, del año 1952 y un Rolls Royce, modelo Princess de 1960.
El Land Rover de Isaac, el Fifu. Al fondo San Cristóbal, encima de un coche. FOTO: J. CASO
Como en anteriores ocasiones los cangueses que participaron en el festejo dejaron volar la imaginación y compitieron a la hora de engalanar, decorar y disfrazar sus automóviles. Hubo desde referencias al mundo de Walt Disney, hasta menciones a la eliminación de la selección española de fútbol del Mundial de Brasil o incluso un improvisado campo de voleibol improvisado encima de un camión.

La furgoneta de Kike, el del Chófer.

Referencias a Brasil 2014.   






El Nissan de Jaime, el de les televisiones, junto a un clásico. FOTO: J. CASO
 
Ni qué decir tiene que la de San Cristóbal no fue una fiesta ni mucho menos silenciosa. Los coches participantes no dejaron de hacer sonar sus bocinas durante su recorrido por las calles de Cangas de Onís, primero camino de la iglesia y después cuando pusieron rumbo a Covadonga donde los vehículos, sus conductores y sus ocupantes, recibieron la bendición a su paso por delante de la Basílica. Durante la fiesta, que concluyó con una cena en el restaurante Villa María, también se rindió un cálido homenaje a tres conductores veteranos. En este caso un conductor, Evaristo Pidal, de Onís, y dos conductoras: Mate Blanco y Raquel Alonso, las dos vecinas de Cangas de Onís.

Mate, Evaristo y Raquel, los tres homenajeados. FOTO: J. CASO
Kike, con su furgoneta, saliendo de la plaza del ayuntamiento. FOTO: J. CASO


Y todo esto por la tarde. Al mediodía los protagonistas de la fiesta de San Cristóbal fueron los más pequeños. Decenas de niños y de niñas de Cangas de Onís que se presentaron delante de la iglesia con sus bicis, sus patinetes y triciclos, todos ellos decorados a base de bien con flores y globos. Y otro tanto hicieron varias madres que no dudaron en llevar los cochecitos de sus bebés también engalanados. La mayoría de ellos circularon por un circuito improvisado para que, precisamente en el día del patrón de los conductores, fueran aprendiendo algunas nociones de educación vial. En fin, que tanto niños como mayores, disfrutaron de lo lindo festejando a San Cristóbal.

lunes, 7 de julio de 2014

El último molino del valle del Güeña

El molino de Corao cuenta con cuatro molares que funcionan de forma simultánea en algunas épocas del año

La molinera, Mari Carmen Sánchez, al pie del molín. FOTO: J. G. CASO

 Por Javier G. Caso

 
Hoy visitamos el molino de Corao que regentan Bernardo Bulnes y su mujer Mari Carmen Sánchez. A sus 57 años Bernardo lleva al frente del molino coraín, adquirido por su abuelo a su regreso de Cuba, desde los 14 años. Y Mari Carmen, su mujer, se hizo molinera desde que se casaron. Pero la mujer recuerda que ya de cria, cuando vivía en La Riera, le gustaba acercarse hasta el molino y jugar con la harina.

El de Corao es un ingenio hidráulico cuyos orígenes, tal y como nos explicó Francisco Pantín en un artículo incluido en el libro Abamia. Cien años de abandono y titulado El molino de Corao, se remontan al siglo XVIII. De hecho era uno de los sesenta y un molinos existentes por aquel entonces en el concejo de Cangas de Onís, veintiuno de los cuáles se asentaban en la parroquia de Abamia, de la que Corao es cabecera. En aquel momento el molino de Corao tenía dos molares y, según detalla Pantín, “producía para su dueño un beneficio de ocho fanegas de escanda y dieciséis de maíz”, lo que lo convertía en uno de los molinos que ofrecía “de los mayores rendimientos del concejo”.

Bernardo, el molinero, carga harina de cebada en un saco. FOTO: J. CASO


Desde el siglo XVIII hasta la actualidad, y tras sufrir numerosas vicisitudes, el molino de Corao ha pasado de dos a cuatro molares que, en algunas épocas del año llegan a trabajar de forma simultánea, sobre todo en los meses del invierno cuándo el río Güeña, que le presta una parte de sus aguas, presenta su caudal máximo. En Corao se muele sobre todo maíz y cebada y hasta su molino llegan vecinos de casi toda la comarca con sus moliendas. Por supuesto la maquila sigue vigente. Depende del peso de lo que cada uno les lleve y los molineros de Corao se quedan, más o menos, con un 10% de cada molienda. Pese a la actividad que vive su molino, tanto Mari Carmen como Bernardo, reconocen que sobre todo es un “complemento” a su renta familiar. Lo cierto es que la harina de maíz del molino de Corao es de lo más apreciada, incluso por maestros de la cocina como el parragués Nacho Manzano, quien la utiliza para sus tortos de maíz y que no ha dudado en llevarla hasta el restaurante que tiene en Londres.

 El molino de Corao tuvo como primer propietario a Fernando Joseph de Noriega, quien en 1761, según relata Francisco Pantín, se vio obligado a reconstruir una buena parte de los elementos del molino tras una riada del Güeña. Aquellas obras le costaron 5.000 reales de aquel entonces. Pero hubo más ocasiones en las que el molino sufrió inundaciones. Así sucedió en 1820, como recuerda la inscripción esculpida sobre la piedra que preside el dintel de la puerta de acceso al molino. Aquella riada llegó a tapar hasta las piedras del molino. Fue en agosto de aquel año, igual que sucedió en 1983. De ambas, y de otras riadas, hay varias marcas a la entrada del molino que señalan la altura que alcanzó el agua del Güeña. En fin una larga historia la del molino de Corao y ojalá que sus cuatro muelas sigan girando y moliendo maíz y cebada durante muchísimos años.