"Un buen lloqueru tien
que alejar, o sea sonar bien de lejos", explica este vecino de Llerices que
aprendió a machacar cencerros con catorce años
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Miguel Larrea mayando un cencerro. FOTO: J. CASO |
Por Javier G. Caso
Escuchar el sonido de los
cencerros, sus tintineos, es señal inequívoca de que hay ganado suelto por el
monte. Y escucharlos en el puerto cangués de
la Montaña de Covadonga quiere decir que nos encontramos en plena
temporada de pastos que todos los años arranca cada 25 de abril, el día del cotu.
Y cuando hay vacas en el puertu es como si hubiera música en el
Macizo Occidental de los Picos de Europa. Los cencerros o lloqueros suenan por todos los rincones, y cuando lo hacen, si uno
está atento al ritmo o cadencia de sus tintineos, puede llegar a adivinar qué
está haciendo el animal que lo porta: si camina, rumia, corre o, simplemente,
está rascándose contra una peña. Además los lloqueros
cumplen otra misión fundamental cuando la niebla se hace la dueña de la Montaña
de Covadonga y apenas hay visibilidad: se convierten en la única forma de
orientarse.
Así lo explica Miguel Larrea,
vecino de la localidad canguesa de Llerices, ganadero y pastor jubilado y que,
desde los 14 años, domina el arte de mayar
o machacar cencerros; que viene a ser lo mismo que afinarlos como si fueran
instrumentos de música. “Éramos críos y a mí me enseñó Rogelio, un vecinu de
aquí de Llerices”, señala Miguel mientras afina un cencerro que le acaban de
traer. A la puerta de su taller, que se da un aire a las cabañas del puertu, Larrea lo machaca ayudado de un
martillo con el que va dándole una serie de golpes. Suaves y certeros. Hasta
conseguir que suene como es debido. “Vas dandoi
a un lau y al otru y ves donde mejora y donde empeora el sonido. Entonces quitas
donde empeora y das donde mejora”.
Miguel comprueba un cencerro. FOTO: J. CASO |
Este afinador de cencerros
explica que venían “sin preparar” de fábrica. Y aunque ahora apenas le llegan,
es en esta época del año, a las puertas de que las vacas pongan rumbo al puertu, cuando siempre tuvo más faena.
“Machaqué muchos, muchísimos lloqueros”.
Miguel recuerda años en los que llegó a afinar “hasta 300”. Asegura que se
trata de una labor que exige tener buen oído. Preparar uno puede llevarle desde
quince minutos a una hora. “Tou
depende de que coja el sonidu que yo
quiera”. Y eso, reconoce Miguel, va a depender de dos cosas: de un lado la
calidad del cencerro. Por el otro el afinador tiene que acertar, algo que no
siempre se consigue, añade.
Cada cencerro, explica Miguel,
“suena diferente”. De ahí que para un pastor o ganadero sea muy importante
distinguirlos cuando sus reses están en el puerto. “Así puedes localizarles les
tus vaques”, apunta este cangués, quien reconoce que eso es algo que no todo el
mundo sabe hacer. “Yo conocía todos los cencerros del pueblu perfectamente,
pero había vecinos que no distinguían ni los suyos”. ¿Y cuándo suena bien un
cencerro? Pues cuando “aleja”. O lo que es lo mismo cuando suena desde bien
lejos. Porque puede llegar a sonar a varios kilómetros de distancia. Este
vecino de Llerices recuerda cómo en algunas ocasiones,
dependiendo de la dirección y de la fuerza del viento, cuando se encontraba en
los invernales situados por encima de su pueblo, cerca de la Cruz de Priena,
era capaz de escuchar los cencerros de sus vacas. Y eso que en ese momento se
encontraban pastando en Les Llaceries, por encima de Covadonga, a varios
kilómetros de Llerices.
Miguel hace sonar un lloqueru. FOTO: J. CASO |
Según detalla Miguel Larrea esa
es una cualidad que ya se percibe en el momento de su afinado. Sentado en un tayuelu coge un cencerro al que acaba de
darle varios golpes con el martillo y lo hace sonar casi a ras de suelo. “Si se
ahoga abaju ya no suena porque tien
que sonar igual que arriba. Si no la jodimos”, explica. Normalmente con varios golpes se afina un
cencerro, sobre todo ahora que “vienen mejor preparaos”. Aunque a veces con eso
no bastaba. Había que recortarlos e incluso hacerles algún
agujero para que sonaran mejor. En ocasiones también es necesario cambiarles el
mayuelu o badajo. “De fábrica vienen
con uno de hierro pero no valen. El mayuelu tien que estar hechu con la punta
del asta de una vaca”, explica Miguel Larrea. Y aunque añade que algunos son de
madera de texu, reconoce que suenan mejor “los hechos de asta”. Como buen
artesano Larrea también sabe preparar mayuelos. Cuando están listos los coloca
en el interior del cencerro y lo sujeta con una correa de cuero. Pero el
trabajo no se acaba ahí. Es necesario un mantenimiento. Según Larrea “cada
ciertu tiempu hay que cambiar les correes
porque se estropean, se desgastan o se pierden”.
Apenas a cinco días de que se
abran de nuevo los pastos del Parque Nacional de los Picos de Europa, las vacas andan por los praos de
valles como el del río Güeña. O ya en los invernales más cercanos a la Montaña de
Covadonga. Pero, muy pronto, las veremos, y las oiremos ir y venir por vegas,
camperas y xerros. Será entonces,
cuando al ritmo de sus cencerros, volverán a llenar de música el Cornión, como
en Cangas de Onís se conoce al Macizo Occidental de los Picos de Europa.
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