La intervención en el robledal de Cangas de Arriba y la necesidad de tomar algunas decisiones respecto a la Joguera
La capilla de San Antoniu, vista desde el tronco de uno de los robles talados. FOTO: J.CASO |
Hace ya unos cuantos días que
derribaron los cuatro robles más enfermos del Campo de San Antoniu y aún quedan
por retirar de este lugar parte de sus troncos, lo que deja bien claro el
tamaño de estos árboles que, como los trece ejemplares que aún siguen en pie,
contaban con 227 años. Nada que objetar a su tala, decidida por los
responsables municipales, y avalada por el estudio fisiológico y
fitopatológico, que la empresa Gesatec llevó a cabo en el robledal de Cangas de
Arriba y del que es autor el ingeniero forestal Javier Brea.
Como afirma este experto, pese al
“gran valor cultural, ecológico y biológico” del Campu de San Antoniu, nada ha
impedido el progresivo deterioro del robledal, “profunda e irreversiblemente
dañado” por una combinación de factores, bien explicados en este estudio y que
van desde una “mala praxis”, a un “nulo mantenimiento y un “escaso respeto”.
Por desgracia todo ello es bien cierto. De esta forma, bien incrustado en
alguno de los robles, todavía podemos ver algún fragmento de aquellos raíles de
vía férrea que, durante muchos años, sirvieron para atar los animales que
acudían al mercado semanal de Cangas de Onís y a las ferias que se celebraron
en el robledal. Por otra parte, y aunque hay muchedumbres que lo pisen a
diario, sí es verdad que, como recoge el estudio, el suelo presenta “una
compactación muy severa” en algunos puntos, como la parte en la que se ubica el
bar de la fiesta o la zona donde se suele instalar el camión escenario. Esas
estructuras, añade, suponen una “presión excesiva” para el Campo de San
Antoniu. Y qué decir del muro que lo cierra por su parte delantera y del que
casi forman parte de manera literal varios de los robles. A su vez el estudio
también da cuenta de las agresiones que en su día debieron suponer para las
raíces de estos árboles centenarios, las calles asfaltadas que rodean el
robledal. Otro perjuicio han sido los desmoches “indiscriminados” de aquellas
ramas que, en algún momento, estorbaron para alguna actividad.
Y por último, la Joguera. Sí. Porque la quema del rozu en esa noche mágica
que es para todos los cangueses la de la víspera de San Antoniu, tampoco aporta
nada bueno a nuestros centenarios robles. Todo lo contrario. Según el estudio
redactado por Javier Brea, la Joguera es algo “absolutamente incompatible” con el robledal y supone un daño
“irreparable” para aquellos árboles cuyas ramas sufren quemaduras.
Pues bien, una vez talados los
árboles que podían venirse abajo por su mal estado y causar algún tipo de
accidente, el Ayuntamiento de Cangas de Onís, ha seguido los consejos de Brea
y, a lo largo de este mes de enero, llevará a cabo diversas actuaciones,
iniciadas esta semana, y encaminadas a
mantener y conservar en el mejor estado posible los árboles que siguen en pie.
Para ello está previsto limpiar las ramas secas, reducir las copas de los
robles, abonarlos, darles un tratamiento fitosanitario y descompactar el suelo
del Campu de San Antoniu, así como replantarlo con algún roble joven nuevo. Que
así sea. Pero todo esto tendrá poco recorrido si no nos planteamos de una vez
por todas algunas cuestiones.
Y una de ellas es el traslado, fuera del
perímetro del robledal, de la Joguera.
El argumento de las tradiciones, que en algunos sitios de España consisten en
lanzar una cabra desde un campanario, no puede servir de coartada para no
valorar la posibilidad de cambiar el lugar donde se quema el rozu. Sólo un
poco, que tampoco se trata de llevar la Joguera
muy lejos, sino de moverla unos metros, lo suficiente para que las llamas no los alcancen de lleno como hasta ahora. Pero eso sí, por lo menos pensémoslo;
para no seguir dañando estos árboles centenarios que dan forma a ese jardín
histórico que es el robledal de San Antoniu.
Cuando paseo por él siempre me
acuerdo de los tupidos robledales que rodean la aldea de los irreductibles
galos Astérix y Obelix, cuyos cómics he leído desde crío. Y cuando hace unos
días subí a Cangas de Arriba y vi aquellos cuatro robles tirados en el suelo,
por todas las razones ya expuestas, y con las que estoy de acuerdo, vuelvo a
añadir; solo lamenté una cosa. Qué pena que nadie haya inventado aquellas
semillas mágicas que el druida Panorámix lanzaba al suelo y que hacían brotar
al instante unos robles altos y fuertes. De esta forma, ya que los robles son
una especie arbórea de crecimiento lento, no habría que esperar nada hasta ver
de nuevo el Campo de San Antoniu con todos sus roblones. Pero claro, para eso
no hay poción mágica. Tendremos que conformarnos con cuidar los nuevos robles
que se planten. Y mimar y atender los vieyos para que sigan en pie
todavía muchos años más.
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