!Esta vez no fueron buenos días por la mañana!
Ramón Aranguez, en la entrada al depósito de agua de Cangues d´Arriba. FOTO: JAVIER G. CASO |
Por JAVIER G. CASO
Era una de sus muchas
frases graciosas y ocurrentes. Tanto que, de tanto repetírsela
domingo tras domingo, al final algunos de los senegaleses que desde
hace años ejercen como vendedores en nuestro tradicional mercau
semanal, acabaron haciéndola suya. Y así, cada vez que alguno de
ellos franqueaba la puerta de la cafetería del Hotel Plaza a la que
acudían a desayunar, siempre saludaban de la misma manera: “
¡buenos días por la mañana!”. Y él, que estaba trasteando y
echando una mano a Fernando detrás del mostrador, les contestaba con
esa sonrisa que siempre tenía en la cara: “¡buenos días por la
mañana, hombre!”.
Así era Ramón Aranguez
Severino, Ramón el fontaneru o Ramonín el de Lucio, como lo
conocíamos en Cangas de Onís y al que este domingo dábamos el
último adiós en nuestra iglesia parroquial, mientras en La Plaza,
su barrio desde hace muchos años, se celebraba un mercau más. A sus
77 años, Ramón era de esos cangueses que conocía a todo el mundo y
que, con una memoria prodigiosa, atesoraba infinidad de anécdotas y
de historias que contaba como nadie. Ramón se conocía al dedillo la
pequeña y la gran historia canguesa de los últimos sesenta o
setenta años. De su mano conocí, por ejemplo, que el callejón
peatonal que va desde La Carreterona hasta las inmediaciones de la
Plaza, por detrás de la calle del Mercau, se llama la calle del
Campón.
¿A qué tú no sabes
quien era fulanito? Te preguntaba Ramón, sabedor de que a uno no hay
cosa que más le preste que recabar información y datos de aquel
Cangas en el que crecieron nuestros mayores. A su pregunta sucedía
una detalladísima y documentada explicación por parte de Ramón
acerca de aquel personaje desconocido. Lo mismo te contaba dónde
estaba tal o cual negocio cangués de antaño que una aventura
protagonizada por algún cangués. ¡Qué lástima no haber grabado
aquellos momentos! Pero siempre quedará el recuerdo de esas
improvisadas charlas. Además de excelente conversador, otra de sus
pasiones fue la música coral, que practicó durante décadas en el
Coro Peña Santa de la mano de su tocayo Ramón A. Prada.
Ramón, dentro del depósito. FOTO: J. G. CASO |
Por su condición de
fontanero municipal, a Ramón le tocó estar a pie de obra cuando se
ejecutaron las últimas traídas de agua, así como las redes de
distribución y los enganches domiciliarios. Tanto en la capital
canguesa como en muchos pueblos. Y a falta de planos, como Ramón
tenía en su cabeza por donde iban todas y cada una de las tuberías,
no faltaron las ocasiones en las que, hasta ya jubilado, venían a
buscarlo los obreros a casa cada vez que iban a abrir una zanja, no
fuera a ser que reventaran la tubería del agua.
Pero antes que
fontaneru, Ramón aprendió el oficio de hojalateru de su abuelo
Lucio. Ahora los quesos y los embutidos se envasan al vacío. En
plástico. Pero de aquella, como él mismo me contó, iban en lata. A
ellos les tocó hacer muchos de esos recipientes a medida de
hojalata. Y así, en
conserva, viajaron hasta América y cruzaron el Charcu,
con destino a países como Cuba, México o los Estados Unidos, quesos
de Cabrales, de Gamonéu, chorizos y morcilles. Pero uno de
sus trabajos más curiosos fue sin duda cuando, allá por 1963, año
en el que se inauguró nuestra iglesia parroquial, tuvo que engolase
en la cruz que preside la espadaña de la iglesia para soldar el
pararrayos. Y lo hizo sentado en los mismos brazos de la cruz, a más
de 30 metros de altura, como él mismo recordaba hace tres años
cuando se celebró el cincuenta aniversario de la construcción del
nuevo templo parroquial cangués.
Durante años Ramón cloró los depósitos municipales. FOTO: J. CASO |
En este mundo no va a
quedar nadie. Eso está claro. Pero, joder, qué duro es que la parca
se lleve en veinte días a una persona tan apreciada y querida sin
que nadie sospechara lo malín que estaba. Este sábado a media
mañana sonó el teléfono móvil. Vi la llamada y ya me imaginaba lo
que me iban a contar. Era la noticia de tu fallecimiento. Desde
luego, Ramón, esta vez lo que me dieron no fueron los buenos días
por la mañana. Sirvan estas líneas para rendir homenaje a una
persona tan buena como cariñosa con todo el mundo y a la que, si
bien conocí ya de criu como el padre de uno de mis mejores amigos,
con el paso de los años acabó por convertirse en un amigo más.
Mira que te prestaba llegar y decirnos de repente sin venir a cuentu:
¿a qué no sabéis cuántos días quedan pa San Antoniu? Vamos a
echate de menos Ramón. Pero estoy seguro de que desde ahí arriba,
esos días, los seguirás contando para todos nosotros.
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