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sábado, 11 de noviembre de 2023

En recuerdo de Tino

Celestino Rodríguez, "Tino", a la puerta de su nave de Veguellina.
 FOTO: ANA G. CARRETERO


Para nosotros era Tino, el de Veguellina. Sin embargo Celestino Rodríguez Álvarez había nacido en Candemuela, una aldea del municipio de San Emiliano, en la comarca leonesa de Babia, por más que desde hace años hubiera cambiado la montaña por la ribera del Órbigo. Este viernes, una conocida común, nos llamó por teléfono para darnos cuenta de su fallecimiento, una noticia que hemos recibido con gran pesar porque en casa lo apreciábamos mucho. Tino, que tenía 78 años, murió el jueves de forma repentina a cuenta de un infarto.

Tenía una nave ganadera a las afueras de Veguellina de Órbigo, al pie de la carretera que lleva a Villarejo. Lo conocíamos desde hace años de ir por allí a comprarle huevos. Desde su jubilación Tino se pasaba todo el día allí atendiendo sus gallinas y sus conejos. Dejó de tenerlos hace más de un año porque no le compensaba. Estaba pensando hacer lo mismo con las gallinas. La última vez que nos vimos me contaba que el pienso se había puesto por las nubes y que, por más que vendiera alguna docena de huevos de vez en cuando, tampoco le salía muy a cuenta. ¡No disfrutaron poco mis hijos Ana y Andrés con aquellas visitas a la nave de Tino! Si íbamos y había alguna coneja recién parida, les enseñaba las crías. Y si los conejinos estaban algo crecidos y ya se podían coger, siempre les sacaba alguno de la conejera para que lo acariciasen. Incluso les regaló alguno. A ellos y a su prima Carmen. Tino había sido pastor de merinas allá por los puertos de La Cueta de Babia donde siempre había tenido perros mastines para proteger su rebaño. Desde que se instaló en Veguellina, durante muchos años, siguió teniendo algún ejemplar de esta raza, unos perros con los que mis hijos pasaron unos momentos únicos. Tino les enseñó a “halagarlos”, una expresión suya que daba cuenta de cómo había que acariciar a un mastín.

Desde que voy por Veguellina de Órbigo, hace ya más de veinte años, fueron innumerables las veces que pasé por la nave, una visita que siempre se alargaba. Si algo le gustaba a Tino era charlar con quien llegase por allí. Si querías llevarte alguna docena de huevos, sentarse a charlar con él un buen rato era algo obligado. Hablábamos de cualquier cosa. Me contó muchas anécdotas ligadas a sus años de pastor, también algún que otro chisme. En Veguellina se había reconvertido en campesino y Tino atendía con mimo un huerto que tenía al pie de la nave. Fruto de nuestra amistad, cuando llegaba la cosecha, nos regalaba tomates y pimientos. En ese rato que echabas con él siempre aprendías algo, como cuando llegamos y estaba preparando purín de ortigas, del que nos explicó sus grandes propiedades como abono, fungicida e insecticida ecológico. Este verano, en otra visita anterior y después de contarle que había empezado a caminar para bajar el azúcar, me preparó varios palos para que los usase en mis paseos o si iba de excursión. Así lo haré, amigo Tino. ¡Descansa en paz!





 

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