Eladio Abaría, a sus 85 años, volvió a impartir sus enseñanzas como maestro cestero
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Vista de una de las clases del curso de cestería, impartida al aire libre en el paraje de La Pontiga de Avalle. FOTO: J. CASO |
POR JAVIER G. CASO
El pasado
sábado 10 de octubre tocó a su fin la II edición del curso de
cestería tradicional organizado por los vecinos de Avalle. En esta
ocasión fueron los ocho los alumnos que tuvieron el lujo de poder
disfrutar con las enseñanzas de Eladio Abaría. A sus 85 años, este
catedrático de la cestería, aún tiene humor y paciencia a la hora
de dar a conocer su saber en el arte de hacer cestos. Desde luego es
algo que resulta encomiable, sobre todo porque Eladio lo hace de
manera desinteresada. Porque le presta, vamos. Además este vecino de
Avalle personifica esa tradición de cesteros y maconeros que dieron
fama a esta aldea parraguesa en la que hasta hace algunas décadas,
en casi todos los hogares había algún maconeru. Una actividad esta
de la cestería que compaginaban con sus tareas agrícolas y
ganaderas y que era un complemento importante en la renta de cada
familia.
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Eladio Abaría, en el bancu de jorgar. FOTO: J. CASO |
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Con este
segundo curso ya finalizado, no queda otra que darle las gracias a
Eladio y, a su vez, animarlo para que el año que viene retome de
nuevo sus clases para asegurar así la continuidad de este curso en
el que además cuenta con la colaboración inestimable de algunos
vecinos. Sobre todo en faenas logísticas, como preparar el fuegu en
La Pontiga para que los alumnos puedan cocer allí los palos antes de
jenderlos, para sacarles les banielles o tiras con las que luego
harán los cestos. En esa faena, lo mismo que a la hora de ponerse a
jorgar, los consejos de Eladio resultan imprescindibles. Este año,
comentaba con sorna, que una de las mayores dificultades a la hora de
las clases fue que había dos alumnos zurdos. Y eso complicaba un
poco las cosas.
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Palos cociendo en la muria levantada en La Pontiga por los vecinos con ladrillos refractarios. FOTO: J. CASO |
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Falo prepara unes banielles antes de sentarse en el banco de jorgar. FOTO: J. CASO |
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Jesús se dispone a jender un palu. |
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Ramón, recalcando, un cestu. |
Por lo
demás, este profesor emérito de la cestería no dejó de elogiar a
sus alumnos. A gente como Jesús de la Mata, pongueto y vecino de
Arriondas. Aunque sabía lo que es manejar la rasera y trabajar la
madera para fabricar praderas o angazos, o colleras para el ganado;
nunca antes había hecho un cesto. “Sólo me faltó invitalu a
comer”, comentaba Eladio día atrás en alusión a las frecuentes
visitas a domicilio que le hacía Jesús porque no le bastaban las
clases semanales. Otro alumno del curso fue el piloñés Falo Migoya.
Se apuntó porque quiso conocer un oficio, el de cestero, al que se
había dedicado un antepasado suyo. También disfrutó del curso el
cangués Ramón Gutiérrez. Repitió. Pero no por mal alumno. Todo lo
contrario. Decidió volver a hacerlo porque le encanta hacer cestos,
si bien subraya que es algo difícil de dominar. Tendrá que
practicar, qué duda cabe. Pero si, al igual que el resto de sus
compañeros, toma buena nota de los consejos y de lo que le enseñó
Eladio, seguro que le irá bien. Luego, ya se sabe, no hay más que
practicar y practicar. Y es que como dice el refrán: “el que hace
un cesto, hace un ciento”.
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